Sexo, moral y futuro

Sexo, moral y futuro

Suponiendo que, como se ha dicho, la tendencia natural de los especímenes masculinos de determinadas especies animales es hacia la poligamia y el machismo; que algunos de estos animales suelen incurrir en homosexualidad, o practicarla en determinadas circunstancias; y, similarmente, suponiendo que el macho de la especie humana tenga, supuestamente, muchas tendencias e impulsos congénitos; no obstante, lo que realmente interesa es: Cuál es la probabilidad de que la humanidad pueda vivir en orden y decencia, bajo un sistema de leyes, valores y normas, sea este laxo y permisivo o, contrariamente, uno más bien estricto.
Se ha convertido en una suerte de doctrina filosófica del tiempo presente, el derecho a vivir de acuerdo a las tendencias y preferencias que la naturaleza supuestamente le ha provisto a cada individuo. En cambio nadie defiende que los machos de nuestra especie tengan derecho a desarrollar y practicar, según sus gustos y preferencias, el “macho viril” que la naturaleza le ha dado. De modo que cada varón tenga la oportunidad, sin cortapisas, de realizar libremente sus impulsos a tomar las hembras pertenecientes a varones alfeñiques que, posiblemente, pudiesen poner en peligro la eugenesia de nuestra especie.
Como mecanismo de adaptación a esa cruel realidad, los hombres poco atractivos para las hembras a menudo desarrollan tácticas de conquista basadas en formas socialmente aprobadas de poder y seducción, como el dinero y otras coartadas, transformando así el escenario y las circunstancias, falsificando la realidad, como decía Marx: El dinero hace bonito al feo y al alfeñique, hermoso. Pero si dejamos, por un momento hipotético, la naturaleza aparte, tendríamos que ponernos de acuerdo con los que desde Freud hasta Marcuse establecieron que, sin controlar el impulso sexual, la vida civilizada nunca hubiera sido posible; sin domesticar a Eros, no hubiéramos jamás tenido civilización.
A lo más que estos autores se atrevieron fue a suponer que el desarrollo humano llegaría a un estadio en el cual determinadas inhibiciones, prohibiciones y mitos podrían derogarse. Pero la historia parece ir por el camino opuesto, hacia un darwinismo social, hacia una animalidad que nos ha convertido en delincuentes y depredadores del medio ambiente y las culturas, al borde colapsar la civilización y el planeta.
Sin disciplinar y educar los impulsos eróticos nunca hubiéramos tenido ciencia, tecnología, arte, literatura, poesía. No obstante, poniendo religiosidades, nacionalismos y chauvinismos aparte, la pregunta de rigor es si la sociedad humana actual está en condiciones de dar cabida y preeminencia a tantos reclamos sobre derechos del individuo, de realizar tendencias, impulsos, deseos, gustos y melindres, sin poner en riesgo el decurso de la civilización.
Lo que más importa no es quiénes tienen cuáles derechos, ni las victorias obtenidas por sus abanderados; sino más correctamente, preguntarnos los peligros que para la especie y el planeta tiene la “operativización” de esos supuestos o reales derechos. Podríamos terminar como el general Pirro, mientras observaba los destrozos y la gran mortandad que el enemigo le había causado a su ejército, no obstante haber ganado la batalla, exclamando: “Una victoria más y quedaremos destruidos”.

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