Sexo y pecado

Sexo y pecado

ÁNGELA PEÑA
«El sexo fue inventado por Dios. Él es el cerebro detrás de la invención del sexo. Dios no inventó nada de lo que haya tenido que arrepentirse en nuestros cuerpos. Esta hermosa expresión de amor de parte de Dios para con nosotros debió salir de lo más profundo de su corazón. Aquellos hermanos que están casados saben que no existe nada más hermoso que el limpio placer de una relación íntima con su amado(a).

Pero como he dicho, esta expresión es preciosa siempre y cuando se haga en la intimidad del matrimonio. Es sólo ahí donde este placer puede ser disfrutado a plenitud, tal y como nos dice la Biblia: «Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales».

Estas consideraciones que el pastor Dawlin Ureña introduce en un interesante artículo digital sobre la Biblia y la masturbación debería estimular a miles de parejas que han echado a un lado el acto sexual porque lo consideran un pecado y creen que ofenden a Dios proporcionando y al mismo tiempo sintiendo gozo con el compañero o la mujer de sus días. La actitud es más común cuando uno de los dos, o ambos a la vez, «se meten a la Iglesia», «se entregan a Cristo», «se arrepienten», «cogen su rosario» o «dejan el mundo», como dicen cuando alguien se toma en serio alguna religión e intenta vivir de acuerdo al Evangelio y a los Sagrados Mandamientos.

Lo preocupante es que dejan el sexo deseándolo. Hay señoras que lo expresan con lamento, pero también con resignación porque piensan que absteniéndose están cumpliendo con la voluntad del Señor.

La angustia y la incertidumbre por no hacer el amor no son exclusivas de las damas. Muchos hombres también se quejan de la inactividad pero aceptan esa existencia sin deleites creyendo que con esa actitud tienen a Dios contento. «Él no me da disgustos en la calle, no me hace falta nada, pero ya no me busca como mujer», confiesan esposas deseosas de deleite, frente al desinterés sexual de un marido que está más pendiente de la lectura bíblica que le toca el domingo o de que esté blanca el alba que se colocará como presidente de asamblea. Ellas, por su lado, dicen adiós a la libido porque se han dedicado a catequizar, a colaborar en la Iglesia y distraen sus deseos adornando con flores a la Virgen, organizando rosarios o formando grupos de oración, despidiéndose de excitaciones y orgasmos.

Piensan que el Creador dijo «Creced y multiplicaos» solamente para tener hijos y ya estos nacidos y formados «paran la fábrica» y cierran las puertas al amor cuando, en realidad, ésta debe ser la etapa en que con mas libertad se abandonen a la sensualidad. Para colmo, llenan de imágenes sus aposentos para tener a Dios y a sus santos protegiéndolos hasta después de dormidos y esta presencia en sus paredes es como un freno a la cópula y en vez de pensar que se está bendiciendo su pasión, los hace sentir indignos, vigilados, y por tanto, se contienen. La conducta es más corriente entre católicos, aunque ningún sacerdote predique que el sexo entre casados es pecado. Al contrario, la Iglesia promueve cursillos para fortalecer y mantener viva la llama del amor, y la necesidad de la práctica sexual es uno de los temas de esos encuentros.

Hombres y mujeres deseosos de amor íntimo, pero frenados, deberían consultar a sus orientadores espirituales sobre el caso. Se sentirán satisfechos al descubrir que Dios no castiga el sexo, que creó al primer hombre una compañera para que fueran «una sola carne». El Padre agradece que le sirvan y guarden sus preceptos pero no se enoja con el coito de sus hijos casados que en el Eclesiastés es casi una ordenanza: «Goza la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad, porque ésta es tu parte en la vida…».

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