Shakespeare y lo actual

Shakespeare y lo actual

El famoso Arnold Toynbee, investigador de la historia, ha reiterado que no necesariamente la historia se repite debido a un mecanismo automático, sino que las repeticiones se deben a una repetición de errores, a una insistencia en conductas inadecuadas que es posible cambiar.

Yo soy un firme creyente en la Redención, en las modificaciones conductuales que barren con anteriores inconductas, a las cuales todo humano es proclive en alguna medida. Eso de que “quien roba  uno, roba ciento” no es necesariamente cierto. Pueden cambiar las circunstancias que se agrupan demoníacamente obnubilando, aplastando el buen sentido moral y fortaleciendo, mediante una ceguera satánica, las inducciones  que impulsan a la acción. Por eso Cristo estableció el Perdón al arrepentido.

El ser humano es esencialmente móvil, como fundamentalmente móvil es toda la naturaleza, toda la Creación. Ahora bien,  los humanos tenemos la pesada carga de poder elegir: movernos hacia delante, hacia el ser mejores, o permanecer agazapados en las obscuras comodidades de la mala conducta, de la injusticia, del maltrato a los demás.

Me viene a la memoria un Soneto de Shakespeare, el LXVI, (66) en el que habla de que “cansado de todo, clamo por el descanso de la muerte / al ver al mérito nacer mendigo / y a quien nada necesita parrandeando abundancias (trimm’d in jollity) y la más pura fé  vergonzosamente abjurada   (…) y el cautivo bien subordinado al cautiverio del mal (And captive good attending captive ill)”.

Y me pregunto, mirando casi atónito cuanto sucede,  (la delincuencia permitida  está  anestesiando la sensibilidad)  me pregunto –repito- cómo es posible que no mejoremos como humanos y estemos, por momentos,  al borde de clamar por el descanso de una muerte suave, rápida, indolora, que nos saque fuera de un mundo de injusticias, tal como aspiraba el bardo de Stratford-on-Avon en el siglo dieciséis.

A veces le viene a uno a la memoria  una película humorística, si mal no recuerdo, (cuidado con el humor,   que a menudo es quien dice las grandes y dolorosas verdades) cuyo título es: “Paren el mundo, que me quiero apear” (Stop the World, I want to get out). Y es que uno ve que no cambian muchas de las quejas de personas sensibles, a través de los siglos. Siente que cambian las formas pero no las esencias, y que los fundamentos, las bases accionales de las conductas de los poderosos siguen cargadas de indiferencias por los más débiles –salvo casos excepcionales-.

¿Hablamos de esa vergonzante turbamulta de legisladores, escandalosamente retribuidos, que no defienden otros intereses que los suyos (Omnia pro mea)?

¿Acaso nos referimos a esos médicos que saltan todas las barreras de su sacro juramento profesional para actuar como un sindicato de camioneros?

¿Acaso nos mueve la realidad de una Policía Nacional cuyos privilegiados oficiales lucen relojes Rolex de oro macizo, villas…y no castillas porque están fuera de moda… mientras los infelices policías de bajísimo rango: rasos, cabos y sargentos, los que existen para proteger directamente al ciudadano, viven sumidos en una miseria doliente?

No sólo eso.

Nos duele el imperio de los malos valores.

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