Río de Janeiro. La última sensación del Mundial, la amenaza inmediata a los sueños de grandeza de Lionel Messi, se llama Xherdan Shaqiri, un albanokosovar que juega para Suiza y quiere demostrar a Josep Guardiola que es algo más que “el mejor suplente” del Bayern.
Un par de horas después de que, sustituido por el técnico argentino Alejandro Sabella a falta de 26 minutos, Messi no pudiese completar su primer hat trick en un Mundial, Shaqiri puso nombre al quincuagésimo triplete de la historia de las Copas del Mundo.
Parecía que ese número redondo estaba destinado al astro argentino, de nuevo el mejor de su equipo y autor de dos goles contra Nigeria, pero Sabella quiso ser prudente, porque sabe que su destino está ligado a la salud de su estrella.
Con Guardiola en la grada, que tras dar una conferencia en Argentina se acercó a la vecina Porto Alegre, a Messi le faltó tiempo para completar la exhibición. Dos horas después, un joven delantero de la selección suiza, exultante y con el “brazuca” bajo el brazo afirmaba- “Estoy muy orgulloso del hat-trick, pero más del juego de todo el equipo».
Shaqiri había completado una actuación descollante contra Honduras y había conseguido el segundo triplete del torneo, tras el que logró su compañero del Bayern Thomas Müller contra Portugal. Ahora, los caminos de Messi y Shaqiri se cruzarán el 1 de julio, en Sao Paulo. Para el suizo es la oportunidad de demostrar que su ambición de pelearle el puesto a grandes estrellas mundiales tiene una base sólida.
Porque la última temporada no ha sido buena para este atacante, que nació serbio, se siente albanokosovar y juega para Suiza. Xherdan Shaqiri, nacido en Gnjilane, en el sureste de Kosovo, es un niño de la guerra, un emigrante que recaló en Suiza cuando las pretensiones independentistas de los kosovares chocaron con la negativa serbia a desgajar la parte de su territorio que tenía mayoría albanesa. En medio del conflicto, toda su familia -padre, madre y cuatro hijos- recalaron en Augst, una pequeña ciudad del cantón de Basilea, a pocos kilómetros de la frontera alemana y francesa. Y allí, Xherdan comenzó a demostrar su talento.
Primero en el club local y con tan sólo 8 años en el Basilea, un reto mayúsculo. “Al principio lloré mucho y no quería ir, pero mi padre me convenció. Él cogía el autobús para venirme a ver a todos los entrenamientos”, destaca. Shaqiri se destaparía para el resto de Europa al ser elegido el mejor jugador de la Nike Cup, un torneo sub-15 que es considerado una especie de mundial de jóvenes talentos, y que propició que recibiese ofertas de clubes más poderosos, pero no quiso abandonar Suiza. Y todo fue muy rápido.
Firmó su primer contrato profesional en 2009, jugó su primer Mundial un año después, con 18 años, y le fichó el Bayern en febrero de 2012, como la gran apuesta de futuro. Nada más llegar a Múnich dejó claras sus intenciones- “Quiero luchar por tener un puesto en el once titular». No le importó la competencia en un club que dispone en su nómina de jugadores como Arjen Robben, Franck Ribery o Thomas Müller. Tampoco le fue mal ese primer año. Con Juup Heynckes disputó 26 encuentros, una cifra considerable en un novato, pero la llegada de Pep Guardiola al Bayern cambió su estatus. El técnico catalán prefiere ser paciente con los jóvenes y aunque le regaló elogios -“es el mejor sustituto»- no le dio las mismas oportunidades. Y si algo le falta a Shaqiri es paciencia, por lo que después de participar en sólo 16 partidos con el Bayern, aprovechó su presencia con la selección suiza para dejar claras sus intenciones.
“No quiero seguir así. Necesito jugar para progresar y quiero ser titular en los grandes partidos, no sólo en la Bundesliga, cuando el resultado ya está claro. No voy a pasar otro año así”, aseguró a la prensa helvética al comienzo de la concentración mundialista. Conocedor del interés del Liverpool, Shaqiri destapó que no conecta en exceso con el entrenador. “Tenía más confianza con Heynckes, quizá porque Guardiola no habla en exceso con los jugadores”, señaló.
Y, ahora, el Mundial le ofrece la revancha. Un duelo a muerte contra el mejor jugador del mundo. “Para la pequeña Suiza, es un sueño jugar contra Argentina, pero todo es posible, podemos ser la revelación”, dijo poco antes de encaminarse, con el balón bajo el brazo, a disfrutar de su primer gran día de gloria en una Copa del Mundo.