Si Bush gana: quién estará dentro
y quién estará fuera

Si Bush gana: quién estará dentro <BR>y quién estará fuera

WASHINGTON – A 16 días del Día de la Elección en Estados Unidos, Washington es presa de dos juegos de salón. Está el obvio, del cual fluyen todo el poder, los puestos y la influencia: si George Bush o John Kerry estará en la Oficina Oval a fines de enero.

Pero luego está la especulación constante, oída durante el almuerzo en las cuadras que rodean a la Casa Blanca pero rara vez en los programas de cable: Si Bush siguiera siendo el presidente, ¿un segundo mandato estaría marcado por la prevención sobre los esteroides, el unilateralismo con guante de seda o el tipo de construcción de alianzas de que habló Bush en los tres debates?

El interrogante desconcierta incluso a los conocedores, principalmente porque la respuesta depende de quién permanezca en un segundo mandato de Bush. Las personalidades importan más que lo normal porque Bush, más que la mayoría de los presidentes recientes, ha tolerado -incluso alentado- una constante batalla en su gobierno sobre cómo dar forma a su enfoque ante el mundo.

Está Donald H. Rumsfeld, alguna vez llamado «estrella de rock» por el presidente, cuya defensa de un Estados Unidos fuerte lo hizo la voz de la prevención y el hombre que ofendió a la Vieja Europa. Está Condoleezza Rice en el Consejo de Seguridad Nacional, hablando el vocabulario de los realistas del interés nacional de Estados Unidos, quien ascendió para asumir la coordinación de la política hacia Irak de manos de Rumsfeld pero ha sido acusada de ser insuficientemente escéptica sobre la información de inteligencia que avivó la campaña hacia la guerra. Y está el moderado, Colin L. Powell, quien como secretario de Estado perdió muchas batallas, pero ha empezado a ganar algunas, sobre cómo tratar con Corea del Norte e Irán y cómo reconstruir puentes quemados con aliados.

Ahora muchos en Washington sospechan que Powell ha tenido suficiente. Hay un debate sobre si Rumsfeld sería desplazado por funcionarios de la Casa Blanca que -en privado- lo culpan de no prever todo desde la insurgencia hasta Abu Ghraib. Rice insiste en que está lista para regresar a la vida académica, pero muchos piensan que es una pose que el presidente pudiera borrar.

Incluso los conocedores están en desacuerdo sobre qué tipo de política anuncia esta fermentación. Richard Haass, presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores, quien dejó el Departamento de Estado el año pasado, cansado de perder batallas, señaló que «la campaña ha sugerido que habría más continuidad», pero advirtió contra escuchar con demasiada atención las ideas de política exterior manifestadas en el ambiente de un esfuerzo de reelección.

De manera que desde la Ala Oeste hasta la cafetería del Departamento de Estado, las suposiciones sobre qué dirección tomaría el gobierno rápidamente se vuelven hacia quién estaría en él. La especulación -parte de ella informada, parte expresada por quienes tienen una agenda- suena así:

La Piedra Angular de Rumsfeld

«Rumsfeld es la clave para todo esto», dijo un alto funcionario gubernamental. Si parte después de la elección, liberaría muchos lugares en el tablero de ajedrez. Una posibilidad es que el Pentágono ya no sea una base para los neoconservadores y belicosos que presionaron en favor de la invasión de Irak y respaldaron a Ahmad Chalabi como su próximo líder.

Por ahora, sin embargo, la mejor suposición en el Pentágono es que Rumsfeld no quiere ir a ninguna parte. Partir ahora, dicen algunos de sus colaboradores, sería parecer como si aceptara la culpa por Abu Ghraib, y el fracaso para supervisar las técnicas de interrotatorio usadas por funcionarios del espionaje militar y otros desde Afganistán hasta Irak. También quiere quedarse hasta que su legado principal -la transformación de las fuerzas armadas- esté bien encaminado.

Si partiera, sin embargo, una teoría es que pudiera ser sucedido por Rice, con quien a menudo ha chocado. Eso probablemente señalaría un cambio importante. Fue la oficina de Rice, argumentan funcionarios, la que instó a Rumsfeld hace más de un año a poner atención a la forma en que eran tratados los detenidos. Y fue Rice, actuando a nombre del presidente, quien creó el Grupo de Estabilización de Irak dentro de la Casa Blanca en septiembre del 2003 para tomar el mando de una ocupación que evidentemente había abandonado el camino correcto. Pero lo más cerca que ha estado Rice de supervisar a una gran burocracia es dirigir la facultad de la Universidad de Stanford; grande, pero difícilmente el Pentágono.

Otros nombres que se escuchan empiezan con el senador John McCain, la única persona que pudiera concebiblemente recibir la oferta del puesto de Bush o de Kerry. Per dice que no lo quiere.

Algunos piensan que Paul Wolfowitz, el neoconservador subalterno de Rumsfeld y arquitecto principal del argumento de que es el papel de Estados Unidos propagar la democracia por el mundo, pudiera ser promovido, pero quizá no fuera confirmado por el Senado debido a su papel en la planeación de la guerra en Irak.

Por el contrario, algunos dicen que Colin Powell pudiera desempeñar el puesto, señalando que habría estado fuera de las fuerzas armadas el número de años necesario para regresar como comandante civil. «Ahora que eso sería dulce. Muy dulce», dijo un amigo de Powell. Probablemente eso tampoco sucedería. ¿Por qué? Siga leyendo.

La Paradoja de Powell

La suposición extendida dentro del Departamento de Estado es que Powell está cansado de las luchas internas y los horarios, y ya no necesita la irritación. Pero si fuera el único en partir, dijo un destacado asesor republicano, se eliminaría «la única voz respetada de contrabalance que se hace escuchar» en la Casa Blanca. «Sería más de lo mismo, pero más intenso».

Varios de los amigos de Powell dicen que piensan que hay un 20 por ciento de probabilidades de que permanezca en el Gabinete. Uno lo llamó «el eterno optimista», esperanzado en que con el fin de la campaña, pudiera hacer que se reinicen las conversaciones sobre Oriente Cercano y unir a los aliados asiáticos para tratar efectivamente con Corea del Norte. Se sentiría especialmente tentado a quedarse, argumentan algunos colegas, si Rumsfeld parte.

¿Qué sucedería si Powell se va?

Bush pudiera seleccionar a un viejo amigo -quizá el secretario de Comercio Don Evans- para atender lo que un ex funcionario gubernamental llama «el territorio hostil». También se habla de Tom Ridge, el secretario de Seguridad Interior, como otro candidato con la confianza del presidente pero no muchos antecedentes en política exterior. Probablemente ninguno de los dos refutaría a la Casa Blanca.

Una opción más revolucionaria sería el senador Richard G. Lugar, quien ha sido altamente crítico de cómo el gobierno a llevado la guerra en Irak. O, de entre los conservadores, el nuevo embajador de Estados Unidos ante Naciones Unidos, John Danforth.

Wolfowitz, ex embajador en Indonesia y experto en política exterior, adoraría el cargo. Pudiera llevar su filosofía neoconservadora a un Departameno de Estado de escépticos. Pero, de nuevo, estaría esa desagradable lucha de confirmación.

Y luego está Rice, experta en asuntos soviéticos que está ahora más preocupada por si Vladimir Putin está llevando a Rusia de vuelta a la era del control del Kremlin. En una entrevista reciente, ofreció una larga lista de sus logros diplomáticos más allá del combate al terrorismo, desde nuevos enfoques ante l ayuda exterior hasta nuevas iniciativas contra el sida. Pero ha sugerido en el pasado que tendría poca paciencia para pláticas interminables con un torrente de ministros extranjeros visitantes.

El Acertijo Cheney

Quizá este juego de sillas musicales importe menos de lo que parece, si Dick Cheney continúa siendo un poder separado. El principal belicoso del país tiene un personal de seguridad nacional propio, encabezado por el intensamente leal L. Lewis Libby. Si hay un segundo mandato, observen donde aterrizan los fieles a Cheney. Si obtienen cargos importantes, esa es la dirección que tomará la política.

El puesto clave a observar sería el asesor de seguridad nacional. Quizá Rice se quede. Sus colaboradores dicen que piensan que podría hacerlo, si Bush la presionara. Si su puesto quedara vacante, lo ocuparía su subalterno, Stephen Hadley, un cuidadoso y trabajador abogado del que se considera improbable que se le cruce a Cheney. O quizá Robert Blackwill, un duro académico de Harvard que ahora dirige la política sobre Irak en el Consejo de Seguridad Nacional.

Pero hasta que se conozcan los resultados de la elección, todo esto es sólo especulación; aunque mantiene despiertas a algunas personas durante la noche. «Honestamente, puedo hacer una predicción más confiable sobre cómo luciría la política exterior de Kerry que sobre la nuestra», dijo un destacado diplomático estadounidense que ha pasado considerable tiempo con el Presidente Bush en los últimos tres años. «Pudiera argumentar que veremos la venganza de Dick Cheney, o que el presidente determinará que los belicosos lo metieron en profundos problemas, y que sería mejor que le diera la vuelta a esto».

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