Me uniré a la marcha del domingo 22 de este mes contra la impunidad, convencido de que mi país necesita un cambio de rumbo; una mirada diferente al actual sistema excluyente, injusto, negador de la más mínima justicia social y secuestrado por el mismo grupito de siempre.
Lo haré de corazón y por primera vez persuadido por la honestidad y solvencia moral de los convocantes, pero sobre todo, porque el objetivo último de esta manifestación no es sacar provecho político para un bando u otro, sino buscar el fin del lastre de la corrupción y la impunidad histórica promovida y fortalecida por los que siempre ganan, aunque la sociedad pierda.
He contactado y visto a través de los medios y redes sociales a personas que también asistirán, aunque por razones muy diferentes a las mías. Desde mi punto de vista, en eso consiste la riqueza, diversidad y la fortaleza de la manifestación. La ocasión precisa unirse y ponerse de acuerdo en contra de males que ya han trascendido a esta generación, amenazando con pulverizar a las venideras.
Pero hay otra característica que también deseo mencionar sobre el particular. Coincidencia o no, las personas que me han tratado el tema nunca se habían motivado a participar de manera activa en una marcha por ninguna causa, como consecuencia de las decepciones posteriores que se llevan, al notar a la larga la convivencia de los principales promotores de la misma con el poder que atacan.
Finalmente, no quiero entrar en definiciones de impunidad y corrupción. Son palabras que a mi juicio, por el grado de mención en los medios y el «manoseo» en conversaciones interpersonales, ya no impactan como deberían. Prefiero limitarme a citar la inoperancia de la justicia, sobre todo cuando se trata de políticos y empresarios de alto nivel, y el peso que la misma manifiesta cuando se trata de un hijo de nadie.
También los casos de personas que hoy sufren las consecuencias de la impunidad lograda por hechos recientes y simples, como el soborno dado a miembros de la Policía por Brayan Félix Paulino para ser liberado previo a participar en el asalto en Plaza Lama, o casos complejos del pasado reciente, como el de José del Carmen Cruz, un dirigente político dedicado falsificar y cambiar las etiquetas de los medicamentos para venderlas al Programa de Medicamentos Esenciales (PROMESE), que hoy goza de plena libertad.
Siendo coherente con mi posición inicial, en el sentido de que desearía un cambio de rumbo para mi país, y entendiendo que las conquistas sociales forman parte de un proceso a largo plazo, es de vital importancia que, además de dar un sí en la lucha en contra de la impunidad y la corrupción, se prosiga con la creación de conciencia popular que ayuden a dar respuestas unidas a los que se preguntan: y después de la marcha, que haremos?