POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Hace tiempo que tenía en los anaqueles de mi casa ese hermoso libro del gran Miguel de Unamuno (1864-1936), intelectual español de fuste. Pero no me había percatado de su verdadera grandeza.
Casi por azar, lo tomé en mis manos, y lo devoré con pasión. Este Diario Intimo fue escrito en cinco cuadernos escolares, al calor de la profunda crisis espiritual de su época. Sin avergonzarse, escribió todas sus dudas, temores y esperanzas. Después de una larga lucha interna, Unamuno proclamó al mundo su conversión al Dios de los cristianos, y proclamó su admiración a la figura de Jesús. Confesaba con un dejo de tristeza que al principio de su búsqueda espiritual buscaba a un Dios racional, que iba desvaneciéndose por ser pura idea, y así paraba en el Dios nada a que el panteísmo conduce, y en un puro fenomenismo, raíz de todo sentimiento de vacío. Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros, y que se nos revela por actos de caridad y no por vanos conceptos de soberbia. Hasta que llamó a mi corazón.
Salvando las diferencias con ese gran pensador español, creo que yo también viví y por qué no, sufrí un proceso similar. Durante mi adolescencia, me proclamaba católica-militante comprometida. Asumí esa opción como un dogma. Y llené mis días con actividades múltiples proclamando la necesidad de amar al Cristo comprometido. Después, producto de los conflictos existenciales de la juventud de los 70, luché conmigo misma para convencerme de que la ciencia debía ser mi nuevo credo. Como lo hicieron los positivistas de Augusto Comte en el siglo XIX, la ciencia se convirtió en mi nueva religión. Pero, llegó de nuevo el vacío espiritual. La verdad científica no podía explicar todos los misterios de la vida, las necesidades del alma y sobre todo el amor incondicional. Acostumbrada a la razón para la explicación de las cosas, volví mi cara al Dios cristiano, pero lo hice hurgando en las lecturas, como si mi búsqueda se tratara de una de verdad histórica. Equivoqué el camino, hasta que me convencí que debía llenar ese vacío con el corazón. Entendí que la FE debía ser asumida sin explicaciones racionales, sino como un acto personal de convencimiento y conversión. Al llegar a esa conclusión me he sentido feliz y en paz. A partir de entonces, he tratado de vivir cada día de mi vida con el propósito de fortalecer esa Fe en un Dios bueno, que habita dentro de nosotros.
Confusión. Rotura de costras y versión de contenidos. No entendía yo entonces que esa costra era del pecado y la de la soberbia sobre todo, y que es la humildad lo que desnuda el alma. Ni entendía que esa confusión es la caridad cristiana. Vuelto cada hombre a sí, ruegue por todos, y todos unidos en una oración común harán un solo espíritu. Morir en Cristo es confundirse con los demás y llegar al toque de alma a alma. Y todo aquello del sobre-hombre en la sobre-naturaleza, ¿qué es más que una visión de la gloria, del bienaventurado en el reino de la gracia eterna? Naturalizarse el hombre es hacerse sencillo y cristiano, y humanizar la naturaleza es descubrir al Criador en ella y hacerla canto vivo de El. Y aquella voz de las cosas, aquel canto silencioso no es más que el himno con los que los cielos y la tierra narran la gloria de Dios.
Escuché decir al Padre Manuel Maza que la resurrección revela que Dios hace suyo el camino de Jesús como el único, que valía la pena amar y luchar por la verdad, caminar en la lealtad y sirviendo. Decía también que lo increíble era que Dios se hiciese débil y asumiera la fragilidad de nuestra historia para salvarnos desde dentro, viviendo la alternativa del amor. Finalizó sus palabras con esta pregunta. ¿Qué nueva perspectiva abre en mi vida la fe en la resurrección? Me pusieron a meditar sus palabras.
Pasó el sábado santo, preludio del domingo de Resurrección. La gente caminó por las calles y las playas y quizás no hizo la necesaria introspección personal. Es una pena que el hedonismo se haya apoderado de la mayoría. En vez de pensar sosegadamente, le dimos riendas sueltas a nuestras pasiones, sin detenernos a pensar.
No solo la semana mayor es propicia para pensar y auto evaluarse, para morir internamente, tratando de identificar aquellas cosas que debemos sepultar en nosotros mismos. Es un proceso de hacerse en cualquier momento. Siempre será bueno resurgir, renacer y salir con nueva vida y bríos renovados a fin de transitar de nuevo, para trillar con amor y alegría nuestros caminos.
———————
MIÉRCOLES SANTO
Una calma de muerte, una enorme sequedad. No veo mi asunto más que intelectualmente; se me ha secado todo afecto. Pienso abandonarme al Señor.
JUEVES SANTO
Aprende a vivir en Dios y no temerás la muerte porque Dios es inmortal. ¿Qué han sido durante años las más de mis conversaciones? Murmuraciones. Me he pasado los días en juzgar a los demás y en acusar de fatuidad a casi todo el mundo.
VIERNES SANTO
Muchas veces he observado ese triste carácter de todas las conversaciones mundanas; el de que sean más que diálogos, monólogos entreverados. No sucedería así si se conversara en Dios, sencilla y humildemente, haciendo de la conversación un acto de amor al prójimo, y procurando no hablar de sí mismo ni constituirse en el centro del universo. Esa santa confusión de afectos en que he soñado alguna vez sólo en Dios se cumple.
SÁBADO SANTO
Conócete a ti mismo conocerse como a tal individuo concreto y vivo, como al yo individual y concreto y vivo, como al yo individual y concreto, vaso de miserias y de pecados, de grandezas y de pequeñeces.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Anoche a la hora de los ejercicios lucha interior. Una sequedad enorme. Hoy domingo de resurrección y yo no he resucitado todavía a la comunión de los fieles. Cristo ha resucitado en mí para darme fe en su resurrección, principio de su doctrina de salud.
Miguel de Unamuno, Diario íntimo.