Si está pensando en vivir en el exilio

Si está pensando en vivir en el exilio

JOHANNESBURGO, Sudáfrica – Jean-Bertrand Aristide, el más reciente hombre fuerte de Haití en el exilio, quiere lamerse las heridas en Sudáfrica, un país de enorme belleza, clima mediterráneo, autopistas de calidad estadounidenses y tiendas de lujo estilo parisiense adecuadas para cualquier ex gobernante rico de una nación empobrecida.

En vez de ello, pasa sus días en la República Centroafricana, una nación del tamaño del estado de Texas y con lisas llanuras, humedad amazónica, sólo 640 kilómetros de carreteras pavimentadas de calidad afgana y arte barato en el mercado K-Clinq de la capital.

Comparémoslo con su más ilustre predecesor, Jean-Claude Duvalier, conocido como Baby Doc. Obligado a dejar el poder en 1986 después de 29 años, ahora vive en Cote d’Azur. Si hay un arte en lograr fáciles privilegios post-dictatoriales, Aristide parece haber dominado sólo parte del mismo en sus 12 años como presidente de Haití, que empezaron con su elección pero terminaron con su uso de métodos de gobierno cada vez más brutales. Quizá simplemente careció de las características correctas.

Jean-Bedel Bokassa tuvo las características correctas. Dictador de la misma República Centroafricana, rebautizada Imperio Centroafricano durante su reinado, fue apodado el Emperador Caníbal por su famosa inclinación a asesinar y comerse a sus enemigos. Sus víctimas incluyeron a 100 escolares, eliminados en 1979 después de que se quejaron por uniformes escolares suministrados por la fábrica del dictador.

Bokassa huyó en 1980 y encontró espléndido refugio en Costa de Marfil y, posteriormente, en Francia. Cumplió sentencia en la República Centroafricana después de regresar tontamente ahí en 1987, pero obtuvo una pronta liberación; en 1996, tuvo un funeral de Estado.

Idi Amin Dada tuvo las características correctas. Conocido por excentricidades como rebautizar el Lago Victoria como Mar Idi Amin Dada, se dice que sancionó el asesinato de al menos 250,000 de sus conciudadanos. Gran Bretaña, que inicialmente lo toleró, no se apareció cuando ejércitos procedentes de Tanzania lo expulsaron en 1979. Sin embargo, encontró opulento aunque muy privado refugio en Libia y Arabia Saudita.

La lista de déspotas genuinamente despreciables es larga: Charles Taylor de Liberia, el coronel Haile Mengistu Mariam de Etiopía, e incluso el predecesor y sucesor de Amin, Milton Obote, quien se dice asesinó incluso a más ugandeses que su rival (Obote vivió bien en Tanzania mientras estuvo fuera del poder).

La historia sugiere que entre más brutal el dictador, más están dispuestos otros a mostrar negligencia diplomática en su prisa por poner fin a la brutalidad.

Uno pudiera argumentar que tampoco es malo que el hombre fuerte tenga una conexión francesa. Dos de los dictadores más notorios, Bokassa y Duvalier, vivieron en medio de un lujo galo en territorio francés. Déspotas no comparables se mojan los dedos de los pies en el Canal en Dover, pero Estados Unidos alguna vez dio refugio a Ferdinand Marcos en Hawai, en una magnífica villa a la orilla del mar.

Los franceses, que desempeñaron un papel en reubicar a Aristide en la República Centroafricana, una ex colonia francesa, parecen haber tenido poco éxito hasta ahora en lograr que mejore su situación. Pero Sudáfrica está en temporada de elecciones, y su poca disposición actual a recibir a Aristide pudiera cambiar después de los comicios en abril.

El despotismo probablemente no sabe de nacionalidad, y para algunos, dar acomodo a los tiranos en el exilio es discutiblemente tanto un gesto humanitario como amoral. «Algunas de estas personas debían haber sido asesinadas, obviamente», dijo Michael Ledeen, experto residente del Instituto de la Empresa Estadounidense en Washington y conservador iconoclástico en éste y otros temas. «Estoy totalmente a favor de llevarlos a juicio y recuperar riquezas mal habidas».

Pero eso es lo que sucede en un mundo ideal, un mundo en el cual rara vez residimos. «También estoy totalmente a favor de dejar partir a los dictadores», dijo Ledeen. «Si realmente queremos deshacernos de ellos, entonces debemos darles Seguridad Social».

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