Sí, existe

Sí, existe

El marrón pastoso cubre los cuerpos errantes. Es el color de esa tierra sin el favor del agua. Traje para pelear con el sol y proteger heredad y esencia de la seca y del hambre. Ropaje mísero de una región con amos impiadosos que prefieren el mimetismo acezante de la iguana, al verdor impúdico de la fertilidad. Decir que existe es plagio. Decir que duele, no. La carretera reverbera. Es latigazo de asfalto que une y separa, mirador para el disfrute de una belleza inenarrable, en reposo. Largo espejismo que dibuja la ilusión, la acerca a ratos o la condena. La guasábara es quiosco. Puentes encima de la nada, de peñascos secos con el recuerdo de un cauce. Demasiado bayahonda y cactus, cambrón de sobra en estas rutas del abandono y espera. Desierto y olas, ensenadas y bahías. El paso por Las Charcas, Sabana Yegua, Quita Coraza, Fondo Negro, Vicente Noble, Neyba, El Estero, Los Ríos, Postrer Río, confirma estadísticas. A pesar de los mangos y las berenjenas, de los chivos y plátanos, de las uvas, la mermelada y el vino, la deuda con esa región es legendaria y está pendiente. Hay car wash y colmadones, antenas y televisores, en algunos municipios la energía eléctrica no falta, pero en lugares, como Fondo Negro, desde la furia del huracán David, no hay acueducto.

El mapa de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD, provee las cifras desastrosas del sur y suroeste. Es la región con más bajos ingresos y los índices de analfabetismo, insalubridad, embarazo adolescente, más altos del país. Entre penurias, desastre y desesperanza, la imponencia del lago Enriquillo ha obligado la inclusión del sur en la agenda frívola de minorías urbanas y en la lista de urgencias oficiales, como reto al olvido de la zona. Unos lo incluyen para usar el muestrario sempiterno de descalificación, cuando de intentos gubernamentales se trata, otros, para comenzar a pagar, a plazos, la deuda con provincias imprescindibles para el desarrollo. Como remedo de la teoría de George Kelling y del experimento del controversial profesor Zimbardo, que tan buen resultado produjo en Nueva York. Confiados en el éxito del programa del Alcalde Guilianni, basado en el efecto de “las ventanas Rotas”, el poder ejecutivo decidió apostar a “Boca de Cachón.” Y después del recuento de páramo y hermosura, aparece un entorno creado para el buen vivir, con la vista del lago, lejano y vigilante. Los comentarios de las personas que visitan la ciudad, creada para alojar a los afectados por la desmesura lacustre, obedecen a la idiosincrasia criolla. No creen en la permanencia de la maravilla y aseguran que dentro de seis meses la mugre y el hacinamiento pervertirán la iniciativa. Ya una de las beneficiadas se ha quejado porque no podrá tener sus gallinas, chivos, cerdos y su vaca, a la libre. Un equipo de especialistas se encargará del trabajo de adaptación necesario para la población usuaria.

Mientras la profecía no se cumpla, es una grata experiencia, conocer la ciudad modelo. Fue creada en seis meses, con menos inversión que la exigida para la construcción de cualquier adefesio, hijo de la prevaricación. Aunque parezca ficción, el poblado es el primer enclave construido conforme a las recomendaciones del protocolo de Kyoto. Será un pueblo verde cuando los árboles crezcan, los huertos particulares produzcan y el manejo de desechos se realice conforme a la norma internacional. Son 560 casas, modestas, con agua, energía eléctrica pre pagada, instalaciones sanitarias, estufa, ventilación adecuada. Boca de Cachón, “el nuevo”, tiene un politécnico, una escuela, biblioteca, mercado, centro comercial, destacamento PN, Cuartel de Bomberos, centro de atención primaria, servicio de agua potable, funeraria, cementerio, juzgado de paz, oficina de Banca Solidaria. Terrenos para siembra, cría de cerdos, conejos, chivos, vacas. Esquema para aprovechar las tilapias del lago. Ahí está. De nuevo a Benedetti, sin plagio, con paráfrasis: lograron lo imposible, ahora todos saben que Boca de Cachón, existe.

 

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