Sí, las armas son para matar

Sí, las armas son para matar

Dolido, alarmado, contrito, el poeta latino Horacio se preguntaba en una de sus famosas Odas ¿Quién fue el horrendo ser que inventó la espada? Pero no fue necesaria la invención de la espada para matar. Ya Caín asesinó a su hermano Abel, según nos informa el libro de Génesis, sin necesidad del arma cuya existencia atormentaba al poeta romano, menos de un siglo antes del nacimiento de Cristo.

Con la huesuda quijada de un asno muerto se puede matar, propinando un terrible golpe en el cráneo, como al parecer hizo Caín, pero también se puede producir la muerte con una piedra, de esas que abundan por doquier, o con un abrecartas o una tijera, o una cortaplumas.

Es fácil encontrar con qué matar. Un punzón picahielo o una rama inocente de árbol, hecha para el bien de todos los seres de la Creación, humanos o animales menos evolucionados (?) sirven para romper bruscamente la vida. Basta con afilar un extremo para que se le despoje de su propósito existencial y quede convertida en lanza o flecha necesariamente mortal.

Pero estamos facilitando horrendamente la capacidad de matar. Basta oprimir el gatillo de un arma de fuego, para que, a distancia, sin riesgos de enfrentamientos como existían en otros tiempos.. menos «civilizados», se le quite la vida a alguien.

No voy a tratar aquí, ahora, el espantoso procedimiento de masacrar multitudes inocentes con explosivos.

Quiero, porque debo, felicitar al Padre Luis Rosario, Coordinador de la Pastoral Juvenil, por su carta al periódico Hoy, publicada este lunes 22 de marzo de 2004, titulada «Ley de desarme general» (pag. 17).

Por ahí andaban y andan mis intenciones, pero la respuesta que invariablemente recibí cuando, ante ejecutivos de medios o personas en capacidad de movilizar acciones dirigidas a un cese de la promoción de armas de fuego, y proponían que cortaran de raíz la promoción de la venta de pistolas, revólveres, escopetas y fusiles «para uso deportivo», siempre recibí una respuesta desinteresada y una mirada esquiva para evitar que yo percibiera el nivel utópico que me atribuían.

Comparto plenamente la justa opinión del Padre Rosario: «Lo primero es convencernos de que las armas son el instrumento más irracional que los seres humanos han fabricado, porque fueron hechas para matar. No cabe el eufemismo de que las armas son para defenderse. Son para matar». «Lo segundo es quien utiliza un arma está en más peligro que quien anda desarmado… la violencia de las armas engendra más violencia y la carrera armamentista se hace cada vez más vertiginosa».

Es que las armas tienen su personalidad. Su radiación. Yo, que soy un hombre pacífico ¿cuántas veces no habré deseado tener un revólver a mano para disparar a los neumáticos de un vehículo cuyo conductor se me atraviesa indebidamente al frente, violando luz roja y señal de «Pare», y encima me insulta?

Ya uno carece de posibilidad para razonar con quien viola derechos, sea de tránsito vehicular o cualquier otro. Por simples disputas -no conmigo- sino de conductores que no están de acuerdo en cuanto a su precedencia en el uso de un parqueo, he visto -un caso específico ocurrió en la Plaza Metropolitana- que ambos involucrados sacaron pistolones y amenazaron con «entrarle a tiros» a quien se opusiera a su alegado derecho a hacer uso del espacio. El «guachimán» de servicio y el AMET que estaban por ahí, desaparecieron por arte de birlibirloque.

Estamos peor que en el Oeste norteamericano. La disposición no es la de tener un duelo para establecer quién es más rápido y capaz de mejor puntería, es la de impregnarse de la criminalidad esencial de un arma de fuego y, en el mejor de los casos, aterrar al oponente.

Los anuncios de «Armerías» en nuestro país. Las facilidades que ofrecen para la adquisición de estos instrumentos de muerte, es espantosa. No me cabe duda de que en tal formidable negocio deben estar militares «retirados» pero con grandes fuerzas económicas y formidables «relaciones». No se trata de que un individuo que haya realizado muy buenos negocios con un colmado en Baní o en cualquier provincia, o en la capital, puede instalar una «Armería». Eso anda por otro rumbo.

Estoy frenéticamente a favor de una Ley de desarme general. Que sólo las autoridades encargadas del orden público, previamente examinadas en cuanto a su salud mental y equilibrio en reacciones, porten armas de fuego.

¿Qué hacen los policías de tránsito con un revólver? En épocas pasadas los viejos le llamaban «pajuil» a los revólveres de los jóvenes que no habían disparado contra nadie. «Pajuil» de «Pa’juir», para huir; y eso motivó no pocas muertes, para demostrar hombría. Hoy no se trata de eso.

Se trata de capacidad para matar o para aterrar.

Si se lograra la prohibición de las ventas de armas, se perdería el buen negocio de unos cuantos. Pero se contribuiría grandemente a sanear el país. ¡Bravo! por el Padre Rosario.

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