Sí, no sólo de pan se vive

Sí, no sólo de pan se vive

No sólo de pan vivirá el hombre (y la mujer), sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, fue la respuesta contundente con que Jesús el Nazareno  respondió cuando era tentado en el desierto por el demonio que le pedía una demostración de su filiación divina convirtiendo las piedras circundantes en pan, según Mateo capítulo 4, 1-11.

El planteamiento ha sido distorsionado históricamente por fariseos, explotadores y manipuladores, especialmente los que siempre han querido convertir la religiosidad en opio para el pueblo. No se le puede aceptar como una negación de la materialidad de los seres humanos y sus necesidades.

Si Jesús dijo “no sólo de pan…” estaba asumiendo que primero que nada se requería ese alimento, tan imprescindible para la vida que una vez tuvo que apelar a su multiplicación, junto con unos cuantos pececillos para satisfacer el hambre de una multitud que lo seguía.

Hay quienes admiten lo imprescindible del pan, o del plátano o la tortilla, que es lo mismo. Pero niegan que deba ser acompañado por mantequilla, leche, carnes y otras proteínas. Y que los seres humanos tienen que recibir lo suficiente para satisfacer muchas otras necesidades igualmente básicas, como el vestido, la vivienda, el transporte, la educación, la salud y hasta el entretenimiento.

Una de las expresiones más dramáticas de la ficción en que ha devenido la sociedad dominicana es justamente el desorden en la distribución del ingreso y en las condiciones salariales de las mayorías que tienen que apelar al pluriempleo y se degradan en los picoteos de todo género para poder sobrevivir.

Baste saber que el 64 por ciento de los trabajadores formales del país (casi las dos terceras partes) ganan sueldos inferiores a dos salarios mínimos, es decir menos de 15 mil pesos al mes, y las tres cuartas partes, sí el 75 por ciento, menos de tres salarios mínimos, unos 22 mil pesos mensuales.

Los datos son de la Tesorería de la Seguridad Social, lo que implica que  incluye a todas las grandes empresas, que no pueden evadir la contribución y donde se pagan los mejores salarios. Si se  incluyen las pequeñas que sí evaden y los trabajadores informales, las proporciones pueden ser todavía más inconcebibles.

 En el caso de los trabajadores del Estado el desorden es mayúsculo. Baste recordar que en julio pasado el presidente de la nación anunció que se llevaba el salario mínimo a 5 mil pesos mensuales, que es casi la cuarta parte del costo de la canasta básica de los pobres. El 85 por ciento de los trabajadores municipales recibe menos de 4 mil pesos al mes,  según sostuvieron recientemente en HOY los dirigentes de la Federación de Municipios.

Eso mientras los funcionarios políticos acumulan salarios de cientos de miles de pesos y disfrutan de vehículos, choferes, guardaespaldas, dietas privilegiadas para viajes y otras compensaciones. Ya sabemos que muchos regidores reciben 100 mil pesos al mes para asistir a una o dos sesiones de los ayuntamientos, y que en los organismos del Estado se auto-pensionan con 400 y 500 mil pesos mensuales.

Pero no hay dinero para pagar eficientemente los servicios fundamentales como  educación, salud y seguridad. Por eso maestros, médicos, enfermeras, laboratoristas, policías y militares reciben sueldos tan miserables que aún con pluriempleo no pueden alcanzar niveles de vida digno.

Todos reciben salarios muy lejanos de los 58 mil pesos mensuales que reclaman los médicos y que a algunos les parece un desbordamiento, aunque esa suma apenas permite vivir modestamente, sin soñar con techo propio. Entre quienes más condenan hipócritamente a los trabajadores del Estado que reclaman mejores salarios, están los que viven holgadamente de la cosa pública.

Por razones de elemental justicia en estos días hay que expresar solidaridad con los reclamos de los médicos, cuyo ejemplo deberán algún día  seguir las enfermeras,  maestros y policías, en una gran concertación, a ver si los políticos comprenden que aquí jugamos todos o se rompen las barajas.

Sí, no sólo de pan o plátanos viven los dominicanos y las dominicanas.

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