Es que si se habla de médicos y humanidad, lo primero que viene a mi memoria es la imagen flaca, larga y distinguida del doctor López de Haro, ante quien me llevó mi padre; su consultorio estaba situado en una de las cuestas que ascienden desde el Baluarte del Conde hasta San Carlos, en la Ciudad Colonial y no se trataba de nada grave, pero sí molesto -ni recuerdo bien cuál era el problema-.
El caso es que me auscultó, hizo varias preguntas, escribió con largos trazos una prescripción… y me sanó.
Nunca volví a verlo como médico, sino como a uno más del grupo de brillantes exiliados españoles que llegaron aquí, acogidos por Trujillo –sean cual fueren sus motivaciones- los cuales crearon una nueva dimensión de la cultura nacional.
¿Quería “emblanquecer” la población dominicana ante un latente peligro haitiano?
No sé, ni importa.
Lo que sí importa es que esos inmigrantes españoles dejaron, en artes y ciencias, una nueva dimensión del conocimiento.
Recuerdo al doctor López de Haro, enteco como un Quijote, como recuerdo al doctor José Nadal y su consultorio, situado en la breve calle que lleva desde la Catedral hasta la Fortaleza Ozama.
Ambos curaban conforme al Juramento Hipocrático.
No había una motivación primaria en lo económico. Llegaban al extremo de buscar razones psicológicas a algunas enfermedades y, como disfrutaba visitarlo, más de una vez vi salir sanos a quienes se reportaban enfermos.
Pero hoy ¿qué pasa? Pues que la “Emergencias” requieren dinero. Usted puede llegar a una clínica, hospital, centro médico, muriéndose, en visible estado agónico y, para prestarle atención debe se capaz de demostrar su capacidad de pago de servicios, mediante cheque, tarjeta bancaria o un voluminoso fajo de billetes de alta denominación.
Es que ya, salvo excepciones, la medicina no es una vocación altruista, sino un negocio. ¿Que la carrera cuesta mucho esfuerzo y dinero, por las especialidades extranjeras que hay que cubrir? ¿Que mantenerse “al día” es algo obligatorio? Sí, pero si usted quiere ser negociante, tener un consultorio de lujo, desplazarse en un vehículo deslumbrante, vivir en una torre modernísima y viajar en Clase Privilegiada… señor… dedíquese a otra cosa.
La medicina no es para hacerse rico. Es para servir.
He vivido recientemente los resultados de la actitud predominantemente mercurial, en que el dinero, la burocracia y el desorden pesan más que la vida: un sobrino mío murió por no haber sido internado a tiempo debido a un sorpresivo problema cardíaco, debidamente detectado por modernos equipos de un “centro de salud”, mediante el pago previo de 32,000 pesos que significaban la mitad de su salario, a pesar de que, como empleado del Estado, estaba afiliado a SeNaSa.
Se trataba de un infarto y se requería una atención inmediata, pero no lo internaron e informaron que no lo podrían atender hasta la próxima semana, debido a que tenía que reunirse un comité decisor y cumplir con todo un proceso burocrático.
Mi sobrino, con apenas sesenta años, sin recibir el cateterismo, cayó muerto en su casa antes de que transcurrieran 24 horas.
Este hombre joven, deportista, sobrio, disciplinado, laborioso, responsable, con esposa y tres hijos murió, víctima de la apatía e inhumanidad de gran parte de la clase médica y también de un Estado Nacional empantanado en cifras acomodadas y permisividades delictivas.
¡Caiga como una tormenta de rayos mi indignación!