Si sólo Dios sabe…

Si sólo Dios sabe…

Me dicen porque no lo vi que poco después de ser proclamado para una nueva repostulación, el Presidente Hipólito Mejía proclamó que sólo Dios sabía por qué aspiraba al cargo por nueva vez. Breve su pronunciamiento, no reflejó lo que su propio rostro expresaba, o lo que decía la faz de su esposa, Rosa Gómez de Mejía.

Las demostraciones de los presentes, sin embargo, ocultaron lo enigmático de este mensaje, o la íntima convicción de esta pareja sujeta a difíciles emociones.

Me embargó la pena al escuchar el relato de los improvisados testigos de aquellas noticias televisadas. A Hipólito lo conocí, muchacho travieso, en el Instituto Politécnico Loyola. A doña Rosa, muchos años más tarde, habitualmente con rostro contrito, en las misas vespertinas en el pequeño templo consagrado a la virgen María como madre terrena de Jesús. Ambos me parecieron lo que son: una pareja feliz, sobrepuesta a las singularidades de

la existencia, que logró forjar una familia unida. Esto es importante en nuestro país, en donde desbaratamos las familias como decía el padre Evaristo Heres el domingo antepasado, por no soportarnos, por carecer de amor verdadero.

Presagiaba Hipólito un gobierno próspero, con una familia dominicana unida en pos del progreso, reflejo de su ambiente familiar.

Mas no se ha desarrollado de ese modo su gestión. Asumido el cargo, algo inexplicable ocurrió en su desempeño. Y al Presidente Mejía lo sustituyó el guapo de Gurabo, figura que en cierta medida rememora los días de la niñez y la adolescencia. El ser auténtico como él mismo prefiere decirlo, llegó a extremos inauditos, y no hay sector productivo o de opinión del país que no haya recibido ásperas respuestas a comentarios o propuestas que hubieren deseado exponer para bien de todos.

Un mandatario con prejuicios manifiestos lanza frecuentes denuestos contra el sector productivo. Acusa en forma innominada a integrantes de este sector de evadir el pago de sus obligaciones para el procomún, en vez de ganárselos con lenguaje persuasivo. Y la respuesta que ofrecen éstos, comprensible y tal vez inconsciente, se deja sentir en la geografía nacional.

La devaluación monetaria, propiciada en algunos instantes so pretexto de impulsar las zonas francas y el turismo, no ha podido detenerse. En consecuencia, ha operado como una retranca contra la producción primaria de bienes de consumo y de uso, al transferir valores importados a su costo de factores. Los mismos efectos se han cebado en el comercio importador, que ve en la continua descapitalización los indetenibles resultados de las políticas públicas. En las operaciones de estos últimos, ni siquiera la aplicación de los llamados valores de reposición han permitido menguar los efectos de las pérdidas.

El afán fiscalista asusta a los contribuyentes en general, y actúa en forma regresiva sobre los que operan con economías dependientes e ingresos de rentas fijas. Las repercusiones de este fenómeno económico son múltiples, pero la peor es aquella que determina el empobrecimiento de los amplios sectores que viven bajo la línea de la pobreza. La calidad de vida se deteriora para todos, pero estos efectos repercuten en forma decisiva sobre el devenir de los marginados.

Aunque se han creado normas y organismos para disciplinar el gasto público, algunos aspectos de éste responden a las obligaciones partidistas y no al bien común. Sobre todo porque surgen ineludibles obligaciones administrativas, por la creación de puestos de trabajo como del pago de intereses de una creciente deuda pública. Lo peor es que entramos en la peligrosa etapa en que estas obligaciones se suplen con los ingresos extraordinarios provenientes de nuevos préstamos. Y encontramos contento en esta fórmula, la trágica fórmula argentina.

Este es el panorama que se contempla y, peor aún, se siente, desde las esferas de los gobernados, o de una gran mayoría de éstos. Discrepa tal sentir del que respiran quienes rodean al mandatario. En pocas palabras, difieren las perspectivas que sostienen quienes se encuentran en determinados puestos directivos de la Administración Pública y una alta proporción de los gobernados. Sobresale de manera especial la visión que mantienen sobre su propio desempeño, los funcionarios comprometidos con la repostulación que se ha proclamado.

Explicables sus pronunciamientos en razón del objetivo al que se dirigen, se abren interrogantes respecto de su capacidad para comprender el sentir del entorno. Pero la principal interrogante tiene que dirigirse al fuero interno, a la conciencia del Presidente Mejía. En sus palabras de agradecimiento en la convención que lo proclamara, ha dicho que sólo Dios sabe por qué mantiene esta postura. ¿Podemos todos, dominicanos con una u otra inclinación respecto de su mandato, orar a Dios para que lo oriente a él y nos conduzca a todos, hacia un destino más lisonjero y menos cuestionado? Bajo las manos que El decida.

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