Si todo el mundo fuera igual

Si todo el mundo fuera igual

¡Qué aburrido sería! Habría carecido de importancia la puntualidad, la honradez, la gentileza. No recordaría como algo imborrable cierta ocasión en que recién nombrado Agregado Cultural en Londres, a partir de unos proyectos del presidente Bosch durante su efímero mandato presidencial, acompañé al inolvidable embajador ante el Reino Unido, don Eduardo Read Barreras, a la residencia de un alto funcionario británico.

La cita era a las diez de la mañana, pero don Eduardo, advertido de la puntualidad londinense, insistió en que llegáramos quince minutos antes y aguardáramos paseándonos por la acera hasta alcanzar la hora en punto en que tocamos el timbre. Un solemne mayordomo abrió de inmediato la puerta y don Eduardo no pudo evitar una sonrisa incrédula. El jerez español, el té de la India y las galletitas danesas ya estaban siendo servidas en la biblioteca. A los veinte minutos abandonábamos el amplio salón con una sonrisa pícara y suave. Don Eduardo, riendo en la calle, comentó: ¿Te imaginas algo así en nuestro país? Si hubiera sido allá, nada hubiera sido así. Habríamos llegado tarde, el funcionario nos habría hecho esperar media hora, no nos habrían colado el café, una sirvienta habría voceado “Don, aquí llegó la gente” y se habría oído una voz responder: “Ta bien… hazles un cafecito que yo voy p’ allá”.

En Berlín, un distinguido médico dominicano realizaba estudios de post-grado en un hospital especializado. Vivía en él, y me contaba que aunque debía entrar varias veces al día al despacho del Director General, cada vez tenía que detenerse ante la puerta del salón, saludar ceremoniosamente al “Herr Doktor Direktor” y pedir permiso para hacerle una consulta, necesariamente urgente.

Lo que me extrañaba era la naturalidad con que mi compatriota relataba la diaria ceremonia. Me dijo: “Jacinto… respeto es respeto… quien lo merece debe recibirlo”. Él es mi amigo en la calle. En el hospital es el “Herr Doktor Direktor”.

En una ocasión el presidente de Francia Giscard d’Estaing, me dijo que cuando yo volviera a mi país, nunca sería el mismo hombre que salió… que algo de Francia se quedaría pegado a mí. Me contó de ciertos cambios que se operaron en él después de estancias en el extranjero. Cosas buenas, enriquecedoras… y también malas e inconvenientes.

Es que cada humano es distinto, es hijo de distintas trayectorias que marcan de diversas maneras aspectos o manifestaciones de la conducta individual.

Lo que no hay que olvidar o despreciar es nuestra verdad primaria.

Todos somos distintos por leyes universales de la naturaleza… personas, árboles, frutas… lo que sea. Pero debemos tratar de ser mejores. Adoptar lo mejor que podamos de nuestros contactos, experiencias, aprendizajes, locales o foráneos.

Edgar Allan Poe dijo en un verso (“Alone”): “Desde las horas de mi niñez, nunca fui como los otros fueron/ nunca vi como los otros vieron/ nunca saqué mis tristezas y alegrías de una fuente común…”

Sí. Todos somos distintos.

Gracias a Dios.

 

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