Si todo funcionara así…

Si todo funcionara así…

COSETTE ALVAREZ
Es difícil ocultar la gran satisfacción por las reacciones tan rápidas y efectivas de parte de la CAASD y del Ayuntamiento del Distrito Nacional a las quejas expresadas en mi artículo «Hablando la gente se entiende», publicado en estas páginas el pasado martes 30 de agosto. De la CAASD, inmediatamente o antes me llamaron y me explicaron que a veces las estafetas de pago, bancos incluidos, envían los reportes en fechas demasiado cercanas, incluso posteriores a la facturación, y por eso aparecen como atrasos muchos pagos ya realizados.

Aunque no me lo dijeron, supongo que les tomará su tiempo registrar esos reportes en los libros o en las computadoras. Del tiro, se salvaron todos los usuarios, pues están habilitando un área de estacionamiento exclusivo para los clientes, como lo hubo en otros tiempos. Es más, hasta me van a resolver el problemita del vecino que se adhirió a mi medidor.

Lo del Ayuntamiento es muy tierno. Justo el día en que publicaron el artículo, vinieron a recoger la basura. Pero esa recogida no fue la del efecto inmediato al artículo, sino al día siguiente. Era como para morirse de la risa, de esa risa que nos causan los niños con sus gracias. Les cuento que enviaron un camión compactador nuevecito, sin mal olor, que se mantuvo todo el tiempo a la derecha, debidamente estacionado mientras un señor muy correcto, bien vestido (para la ocasión) y respetuoso, iba de casa en casa preguntando por la basura que, como la habían recogido la víspera, no estaba en las aceras. Nada de voceaderas ni de pedideras, y la botaron por los cuatrocientos once bajando la calle en neutro, sin ruido, y siempre a su derecha.

Incluso se detuvieron aquí: «¿Esta es la número 23? ¿Usted llamó al Ayuntamiento a quejarse de que no le recogen la basura?» Sólo le contesté: «No, señor.» Y no le mentí. Me pareció innecesario decirle que fue peor, que lo puse en el periódico. Ahora me rompo la cabeza preguntándome cómo habrán detectado mi dirección, si el contrato no está a mi nombre. Lo de la CAASD lo entiendo porque tengo amistades cercanas que me leen, me aprecian y funcionan no solamente para mí, sino para todo el mundo. Personas que llevan años en la institución, que conste.

Gracias a todos y a todas. Sin embargo, siempre hay mucho que lamentar, empezando por los que no tienen acceso a estos espacios, y siguiendo por los que son inmunes a ellos. Por ejemplo, ¿por qué las empresas generadoras de apagones no reaccionan igual? ¿De qué material están hechos, que los hace imperturbables al clamor de todo un país durante cuatro decenios? Ha de ser muy dura esa pasta, que encima les permite cobrar facturas alucinantes ¡y cortar por falta de pago un servicio absolutamente incalificable!

Si seguimos por ahí, no terminamos en lo que nos resta de vida. Veamos, ¿a partir de qué criterio las empresas servidoras de Internet se permiten ceder nuestras direcciones de correo electrónico para que nos invadan de publicidad, de virus y hasta de «hackers» (espías)? Perdemos un tiempo loco borrando, respondiendo para que nos saquen de esas listas y enfureciéndonos con los que tienen una loca categoría de «no reply».

No quiero recibir esos mensajes. Terminé dejando de usar ese correo, pero no es lógico privarme de un servicio por el que pago y no centavos. Incluso el contrato me compromete a mantenerlo por un mínimo de dos años o, de lo contrario, a pagar una multa de cinco mil pesos. No hay derecho.

No he leído ni escuchado una sola queja con respecto a las exigencias para obtener un teléfono, que desbordan por mucho a las de algunos consulados. Yo misma no puedo tener teléfono a mi nombre, pues al cambiar de dueños, no sirvió para nada la trayectoria impecable que mantuve con la anterior.

Cuando regresé al país, solicité una línea y nunca me contestaron. Mi teléfono, cuyas onerosas facturas llevo año y pico pagando religiosamente, está a nombre de otra persona, a quien me veo obligada a molestar para lo más mínimo, porque no reciben reportes ni solicitudes de ningún tipo si no es directamente de quien firmó el contrato.

Todavía para traspasarlo a mi nombre con el número de facturas pagadas que requieren, me depuran, como les dije, peor que para dar visa a ciertos países, y sigo sin calificar por carecer de ingresos fijos, propiedades inmobiliarias y tarjeta de crédito. Mi celular, prepagado por necesidad. No somos nada. De fuera vendrán…

Todo lo anterior es pálido ante el hecho real de que nuestro derecho al trabajo se ciñe a nuestra manifiesta simpatía con el gobierno de turno. ¿De qué piensa el PLD que vivimos los que estamos sin trabajo por haber sido cancelados para dar paso a sus compañeritos/as del partido?

Si me dijeran que han cambiado empleados sin capacidad por empleados eficientes, me quitaría el sombrero. Si me dijeran que han cancelado personal para reducir nóminas abultadas, con todo y peledeístas, los aplaudiría. Pero no ha sido el caso. Entre eso y la cantidad de empleados que lleva quincenas y meses sin cobrar sus sueldos sin atreverse a denunciarlo, ¿dónde está la diferencia entre este gobierno y los anteriores?

Dejar a las personas sin trabajo por el placer de castigarnos, porque no simpatizamos con ellos, no tiene sentido ni gracia, empezando porque entonces la antipatía crece y no de cualquier manera. Caemos todos en categoría de perseguidos políticos.

Ahora paso a cantar como La Lupe, «Vicente, chico, tócamele algo a Caracas, un pasaje bien bonito, con tambores y maracas», que diga así: Muchas gracias por las instrucciones y por el trato tan amable, pero lo cierto es que cuando no están en reunión con los del FMI, están trabajando en la nómina, así que permanece lejano el día en que paguen los viáticos que cayeron en deuda pública. Y aquí también se salvarán todos cuyos nombres están en el mismo oficio de solicitud que el mío, que si entendí bien, fue autorizado. «Algo es algo», dijo el diablo, y se llevó una monja.

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