Si un comunicador social no lee, “NO SIRVE, BÓTALO”

Si un comunicador social no lee, “NO SIRVE, BÓTALO”

Las principales cualidades que debe poseer un periodista son “curiosidad y lectura. Leer desde una hoja parroquial hasta Plutarco, Cervantes, Martí, los anuncios clasificados. Leer donde sea, lo que sea. El que no tiene lectura es un fracasado, no sabe usar las palabras, no se expresa, debe leer, leer y leer. La lectura permite hacer asociaciones, facilita la expresión oral”. Si un comunicador social no lee, “no sirve, bótalo”.

Marta Rojas, laureada periodista, escritora, educadora cubana, hace las consideraciones con la autoridad que le confieren más de 60 años de ejercicio, desde que cubrió el histórico asalto al cuartel Moncada y el juicio a Fidel Castro y a los sobrevivientes de aquellos acontecimientos, hasta el presente.

Era una adolescente sin graduar cuando irrumpió en el recinto donde miembros del ejército batistiano asesinaron a rebeldes que junto Fidel intentaron tomar por sorpresa la guarnición y convocar al pueblo a la lucha. Pese a sus escasos años tuvo el arrojo de interpelar al coronel Alberto del Río Chaviano, llamado después “El chacal de Oriente” por su crueldad. Le preguntó sobre dos mujeres a las que había visto mientras las interrogaban porque él declaró que no había detenidos, que todos murieron en combate. Las dos jóvenes eran Haydee Santamaría y Melba Hernández, participantes después en las acciones del 26 de julio de 1959.

Marta, que a sus 81 años es redactora del Granma y entrena a jóvenes periodistas, ha sido siempre intuitiva, astuta, valiente, tiene iniciativa, sentido de la historia. Está incorporada a la tecnología, frente a la pantalla del ordenador le han venido inspiraciones para sus libros. Investiga el pasado porque casi todas sus reconocidas novelas son históricas. No se detiene leyendo, escribiendo, publicando, enseñando.

Domina admirablemente la palabra y tiene una memoria portentosa. Recuerda detalles y nombres de todos los protagonistas de su vida profesional. Esas capacidades le merecieron la admiración de Alejo Carpentier, que le pidió escribir el prólogo del reportaje relacionado con la frustrada toma de la que es considerada “testigo de excepción” y del memorable proceso del Moncada, originalmente censurado por Bohemia y luego convertido en un libro de varias ediciones.

Aparenta menos edad. No la han disminuido las apariciones en televisión y radio, las cátedras universitarias, los estudios de ciencias sociales y economía realizados después de los de periodismo. Tampoco la han consumido los viajes junto a Fidel Castro ni haber sido la primera corresponsal de guerra cubana y latinoamericana en Vietnam y en Cambodia.

Es la autora de El columpio del Rey Spencer, Santa lujuria, El harén de Oviedo, Inglesa por un año, Las campanas de Juana la Loca, entre otros libros, casi todos premiados.

Nacida en Santiago de Cuba el 17 de mayo de 1934, es la hija de Juan Rojas Fereaud y Elvira Rodríguez Martínez, sastre y modista de alta costura frecuentados por personas de diferentes estratos sociales que iban a encargar trajes a la medida, como Baudilio Castellanos, Bilito, el abogado de oficio de la audiencia que juzgaría a los sublevados del Moncada, contemporáneo de Fidel con quien, de forma sagaz, obtuvo Marta la fecha y el lugar de la causa.

-Yo quisiera entrevistar a los magistrados, le dijo.

-No te van a decir nada que los afecte, prueba a ver, le contestó.

“Empecé mis preguntas y me dan respuestas técnicas, todo eminentemente jurídico. Mando eso a Bohemia y el censor de prensa lo aprueba”. Dos días antes había entrevistado a “Piñeyro Ozorio, Mejía Valdivieso” y al propio Castellanos quien apenas le declaró que como abogado de oficio estaba obligado a defender aquellos que no tenían defensores.

El juicio se inició el 21 de septiembre de 1953, había 25 periodistas y solo Marta tomaba notas pero lo que la convirtió en modelo de excelente cronista no fueron estas rutinas jurídicas sino los pormenores que adornaron aquella reseña de más de 200 páginas que le mandaron a sintetizar y las redujo a 12 y tampoco vieron la luz por los detalles sociales, humanos, jurídicos que ella recogió y que no convenían al régimen.

Terminó el 16 de octubre. Pese a su crónica vetada Marta recibió una propuesta del director de Bohemia, Miguel Ángel Quevedo: “¿Quieres trabajar aquí cuando te gradúes?”. Comenzó sus labores ese mismo octubre de 1953 en el departamento de periodismo de investigación, “que me enseñó mucho a buscar inside”.

Con Fidel.- Estuvo de visita en el país por pocos días. Thimo Pimentel, amigo de largos años, fue su anfitrión. Visitó instituciones e intelectuales dominicanos, Roberto Cassá, entre otros. Trajo algunos de sus libros más recientes.

Además de ser la historia viviente del periodismo y la cultura cubanos, conoce a fondo la personalidad de Fidel Castro, con quien no solo viajó por Cuba sino que le acompañó a Chile, México, Ecuador y otros países de América Latina.

Habla entusiasmada de la memoria del líder que en una visita a Columbia, “el campamento militar de la tiranía que después de la revolución él convirtió en la Ciudad Escolar Libertad”, le hizo una enmienda respecto al libro del Moncada.

Lo elogió y le observó: “Solo un detallito, Marta, que creo es justo que arregles: se dijo que yo había escrito el Manifiesto del Moncada a la Nación, no, yo le di todo a Raúl Gómez García, le dicté, es justo que si él lo escribió, se le dé el mérito. Es lo único”. Gómez García fue asesinado durante el ataque.

Hay otras muestras de la envidiable memoria del expresidente que revela.

Al preguntarle lo que más admira de él se remonta al juicio: “Pensé que iba a ver a una persona depauperada, mal vestida, triste, no me lo imaginaba con la hidalguía con que entró al tribunal: elegante, formalmente vestido de abogado, con saco y corbata. Dijo: ‘No se puede juzgar a un hombre esposado”. Y ahí se suspendió el juicio, añade Marta. “Le tuvieron que quitar las esposas a los acusados, a los guardias le temblaban las manos”. Más relatos de Fidel en ese debate se ofrecerán en la segunda parte.

Castro y Marta van a la par en sus espléndidas memorias. Narra que el que día que entró al Moncada después de haber bailado conga de carnaval en La Trocha y la avenida Martí, vestía una blusa rosada a rayas y “una falda ancha, blanca, de piqué, con dos bolsillos muy grandes”. En ellos colocaba los rollos de película Kodak y Alfa que le pasaba Francisco Cano Cleto (Panchito), el fotógrafo de Bohemia que le preguntó si quería ganarse 50 pesos escribiendo una crónica de carnaval. En la madrugada de ese 26 comenzaron a sonar los tiros del Moncada. Ella salvó hábilmente esas fotos porque Panchito debió marcharse para salvar la vida.

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