Todos coinciden en señalar, en augurar, que este año 2021 va a ser muy difícil, que será un año malo, al decir popular.
Que si la pandemia, que yo no me pongo esa vaina, que la mascarilla produce alergia, que deja agudas marcas en el rostro de las buenasmozas, que eso no sirve para nada, que no me pongo la vacuna porque solo es efectiva al 96 por ciento y no quiero estar en las estadísticas del 4 por ciento, son algunos de los señalamientos de los pesimistas.
Primero, el mundo enfrenta una pandemia más agresiva, de mayor amplitud que nunca en la historia.
Segundo, la economía mundial sufre un gravísimo deterioro que tiene a los países poderosos y ricos pensando cómo salir gananciosos del dolor, la muerte y la tragedia universal, como siempre lo han logrado.
Tercero, los países poderosos descubren, producen, fabrican una vacuna efectiva y, como era de esperar, han descubierto una nueva mina de oro y diamantes que les permite jugar, otra vez, con la salud mundial, con la paz mundial, de ahí, el precio de las vacunas.
La rebeldía popular, en el mundo entero, se ha limitado, en buena parte, a desafiar a la autoridad, salir, bailar, pasear, fuera del tiempo establecido por las regulaciones de los gobiernos.
Ojalá que esa rebeldía no se manifieste de otra manera y contra otros objetivos, pues nadie podrá mantener a raya a millones, decenas de millones de personas buscando lo suyo cuando los alimentos escaseen.
Felizmente, no hay una disminución tan violenta de las cosechas y las crianzas de animales que sirve para la alimentación humana.
Recuerdo aquella tarde de mayo de 1946 o 1947. Tarde de toros. El Seibo. Todo el pueblo se arremolinaba alrededor de la barrera, cuadrilátero dentro del cual se realizaría la corrida.
Si el toro o la vaca no respondía al llamado del diestro, la muchachada se lanzaba al centro de la barrera y hostigaba al animal ya sea halándole el rabo, tomándolo por los cuernos para intentar derribarlo.
Aquella tarde, Sinaí, un mozo fuerte, arrojado, valiente, fue sorprendido por un toro que reaccionó a las molestias de los jóvenes y arremetió contra él, quien, frente al nuevo escenario, se hizo a un lado al momento de la embestida, agarró el toro por los cuernos, le dobló la cabeza y lo tiró el suelo.
Sinaí en el mal momento, el momento terrible, actuó como se debe: enfrentó el peligro y venció al toro. De haber dado la espalda no hubiera podido engancharse a la guardia como lo hizo aquel año.
El Gobierno actúa con pasos firmes. Respetar el protocolo indicado para combatir la pandemia es tomar el toro por los cuernos y afrontar el mal tiempo.
Sinaí demostró que se puede.