Siempre como la arepa

Siempre como la arepa

Fabio R. Herrera-Miniño

El país tiene una historia muy singular al estar inmerso en un revoltijo de los factores mas diversos de las relaciones humanas y de las naturales fruto de la ubicación tan especial de la isla en la ruta del Sol como decía el inolvidable poeta Pedro Mir.

La epopeya del tropezón de las dos culturas, la indígena y la española, imprimieron características muy especiales a lo que existía en la isla en el año de 1492. En esa ocasión la apacible vida de los indígenas tropezó de golpe y porrazo con las pasiones desmedidas de los descubridores cuyas consideraciones de lo que encontraron en la isla solo sirvió para producir las matanzas mas increíbles, típicas de como pensaban y creían los conquistadores de las poblaciones que encontraron en estos territorios.

Desde aquella ocasión, a finales del siglo XV, se inició la conformación de las razas que poblarían las islas caribeñas.

Esas poblaciones se completaron con la importación de los esclavos negros traídos desde África como un hato de salvajes que en condiciones infrahumanas sobrevivían algunos al cruce del Atlántico.

Con los esclavos africanos se sembraron los gérmenes de una raza muy especial desde la cual las generaciones presentes heredamos características básicas que se transmiten al paso de los siglos.

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La raza es fruto de las pasiones humanas donde la necesidad del desahogo sexual de los blancos europeos, en particular españoles o portugueses, con las indias y con las negras, era la válvula de escape para dar rienda suelta a las pasiones reprimidas en la travesía marítima que empujaba al homosexualismo como la necesidad de decenas de hombres hacinados por meses en pequeñas naves.

La raza dominicana menguada por siglos, quedó disminuida con la despoblaciones de la isla y el núcleo remanente fue sembrando la simiente de una raza mestiza muy especial en donde los rasgos de la mezcla racial dio origen a una población que se reconoce en todos los rincones del planeta en un espíritu tan atrayente de la conducta.

Lleva muy arraigada la improvisación y la indolencia para preferir el esfuerzo mínimo. Y es que el clima siempre ha contribuido a no tener que trabajar arduamente para un sustento mínimo. Somos o éramos una sociedad conformista que se conformaba con lo que la Naturaleza brindaba sin el esfuerzo de la mano de obra excesiva.

El rasgo de la apatía se ha ido disolviendo, cuando las necesidades de trabajar para vivir, ha empujado a los dominicanos a saber extraer de las raíces las características que ya sea por herencia, o por imitación o por exigencias del mercado, nos empuja a ser mejores emprendedores y alcanzar las metas para el desarrollo humano.

En este siglo XXI seguimos como la arepa, con candela ´por arriba y por abajo. Por arriba con el fuego de vernos arropados por el avance incontenible de la población haitiana que no quiere morir en su territorio desolado por ellos mismos y van arropando el oriente de la isla donde el desarrollo dominicano atrae a miles de seres humanos que encuentran su sustento en tareas que los dominicanos rehúyen realizar. Y fuego por abajo con las ambiciones que la clase política exhibe para tratar de apoderarse del pastel gubernamental y se valen de toda clase de maniobras en donde los actos de corrupción sacan sus garras pese a los controles.

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