Siempre en mayo

Siempre en mayo

Y es que mayo obliga. Ahora con sequía y menos flores, sin posibilidad de rejuvenecer con las lluvias ni de evitar gastritis, porque solo un milagro de la Virgen de Fátima, infiltraría nubes, anegaría suelos, evitaría escasez y esa secuela nefanda de campo marrón, ganado hambriento, acequias vacías, ríos convertidos en piedras, en montón o explanada.

Mayo obliga al sonsonete, a la repetición sin eco de discursos, de dimes y diretes, tira y afloja. Y el reloj gira y más que los minutos pasan los años y el pendiente se olvida, se distorsiona, se acomoda y entre tanta manipulación ya el pasado no importa.

Y de nuevo el aniversario. Homenajes, amenazas, público escaso y la ilusión de una enmienda que no se produce, porque igual que muchos dirigentes políticos, el trabajo, la indignación, es cada 365 días, mientras el ejercicio autoritario, de quienes rechazan al “jefe” es cotidiano y su única premisa democrática es abjurar de Trujillo, el personaje. Así pretenden escribir la otra historia sin reparar en datos, sin consultar una vasta bibliografía para saber qué pasó durante 31 años. Qué hicieron, dónde están y estuvieron protagonistas, víctimas y victimarios.

Porque el “antitrujillismo”, 54 años después, no es legión, ni propuesta. Fue sentimiento y compromiso, atrevimiento, valor. Pero jamás pretendió homogeneidad. Por eso no hay partido antitrujillista, por eso ninguna conmemoración concita participación multitudinaria ni interesa o motiva la mayoría. La presencia de advenedizos en monumentos, misas, develamiento de tarjas, entusiasma, sin embargo, obedece al oportunismo. Busca apoyo y pretende acuerdos, es simpatía fugaz. Basta cotejar fotos de distintos períodos para identificar candidatos, aspirantes, algún ciudadano ungido por aquellos que deciden quien se apropia del procerato y de los blasones de la gloria, sin preguntar, sin discutir.

Enriquillo Sánchez disfrutaba la doblez y las jaculatorias de tanto inmaculado fatuo y tardío. Le fascinaba escribir sobre la tiranía y retar a sus secuaces. En una ocasión, provocó furias del averno que él conocía muy bien. Proclamó: “No es cierto que Trujillo viva. Ese es el peor y el más vulgar de nuestros lugares comunes. Trujillo es irrepetible. La que está viva es la realidad dominicana y los sujetos que la constituyen”. Y dijo más: antes de marcar a los dominicanos con el atributo de trujillistas, yo prefiero marcar a Trujillo con el atributo de dominicano (El Siglo.29.05. 1991).

Como afirma un personaje de la novela de Cebrián “La Agonía del Dragón”: “Todos somos autoritarios, machistas, reaccionarios, paternalistas, melifluos, mentirosos, incultos y hasta bajitos y regordetes como él. Franco encarna bien las virtudes y los defectos del español medio.”

Falta sinceridad, tan ajena al criollo proceder y también necesitamos desparpajo, para exorcizar el fantasma de Trujillo y asignar a cada quien responsabilidad. Sin fanfarronería esporádica ni bravuconadas. Urge, porque el tema se agota y desaparecen testigos, víctimas.

Recurrir a la bibliografía, así no más, sin cotejo o desmentido, sin alquilar respuestas, permite la especulación y deja mal parados a unos y a otros. Tanto a los que se pretenden puros como a los que reconocen que de repente reaccionaron. Reaccionaron, después de convivir y contribuir con la ignominia, después de saber que desaparecían amigos, familiares y seguían indemnes, disfrutando el esplendor de la luna sobre el Jaragua.

Continuar con el lamento por las iniciativas fallidas, es un error. Los gestores de procesos imposibles saben, conocen, que no hay posibilidad de sentencias, que la complicidad pautó el descuido, la prescripción. Convivieron, durante décadas, mansos y cimarrones porque no podían establecer quién era aliado o adversario y muchos, aun en la madurez de sus dolores y ausencias, no comprendían cómo ni por qué, ocurrió ese tránsito del paraíso al infierno si en sus arrullos, el murmullo de “viva el jefe” era beatífico. Cotidiano. Igual que estrenar el vestido de organdí para ir a jugar con Angelita o usar una corbatica, idéntica a la de Ramfis o a la del infeliz Radhamés.

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