Viendo la tan esperada Avatar con mis espejuelitos de tercera dimensión sobre mis espejuelazos sin los cuales estoy ciego, pensaba, durante casi todo su largo desarrollo, en otra película de James Cameron, en una mucho menos conocida que ésta, rodada en 1989 y que se titulaba The abyss donde Ed Harris y Mary Elizabeth Mastrantonio formaban parte de una expedición bajo las aguas que iba en busca de un submarino nuclear perdido y se encontraba con una civilización extraterrestre muy al estilo Spielberg.
Específicamente, en una escena de Avatar, nos vino a la mente, con pasmosa claridad, aquella película y fue cuando trataron de revivir a Sigourney Weaver (muy acostumbrada a este asunto de la ciencia-ficción y la fantasía).
En The abyss sucedía casi exactamente lo mismo y los Navi, habitantes en Avatar del planeta Pandora eran entonces aquellos alienígenas acuáticos que pretendían lo mismo: resucitar a la Mastrantonio.
Ni a Lucas ni a Spielberg (talvez con la excepción de Munich y de una Lista de Schlindler con reservas) ni a Cameron se les puede exigir mucha profundidad.
Lo de ellos es la taquilla y el mensaje fácil y directo que pueda llegar a los adolescentes y a los adultos no demasiado preocupados por su intelecto.
Y, en el caso de Avatar eso no está mal. En estos tiempos de reuniones inútiles en Copenhague necesitamos crear conciencia acerca de lo que le avecina a la Tierra aunque sea demasiado tarde. Avatar retoma lo que ya sabemos desde siempre: a pesar del famoso contrato social de Rousseau, el peor enemigo del hombre es el propio hombre. Los poderosos destruyen a los débiles. Hace tiempo que fuimos expulsados del Paraíso de Milton. Sobre el esquema, bueno, el esquemita está en la sencillez, bondad y felicidad del nativo que vive en contacto con la naturaleza en el mundo de Tarzán, del Hombre llamado caballo, de aquél de la Danza con los lobos o de aquellos de At play in the field of the Lord, El bosque esmeralda y muchos otros.
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