Siete días de cine
La duplicidad de los enemigos públicos es lo que hay  en el cine

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De la misma manera que ya no se hacen Westerns como antaño (por mucho que Clint Eastwood se esfuerce y realice películas brillantes) tampoco se hacen filmes de gangsters a la antigua usanza, con aquella atmósfera inimitable, con aquel blanco y negro sombrío, con aquellos actores como James Cagney o Edward G. Robinson.

Ahora es otra cosa.

Ahora hay mucha técnica, muchas facilidades para rodar las secuencias que parecían más imposibles, pero ahora, de una forma u otra, los clásicos siguen aplicando su venganza.

Aquella emoción, aquella adrenalina, aquel entusiasmo por la historia que se nos estaba contando… ¿dónde han ido a parar?

En “Enemigos públicos”, de Michael Mann, se nos vuelve a contar la vida criminal (o parte de ella) de John Dillinger, el gangster de Indiana considerado en aquellos peligrosos años     ‘30como “el enemigo público número uno”.

Mann nos muestra en imágenes toda su pericia técnica. Es capaz de utilizar la música como nadie o como muy pocos. Sus cintas están editadas a la perfección. Su fotografía resulta inmejorable.

Sin embargo su filme no nos deja del todo satisfechos.

Notamos que allí falta algo.

Y ese algo es sentimiento, estudio psicológico de los caracteres, vida.

De ahí que, muy a pesar de su estilo, seguimos prefiriendo aquella película de bajo presupuesto que fuera el “Dillinger” de los ‘cuarenta ‘40, que dirigía un prácticamente desconocido Max Nosseck y que protagonizaba aquel efectivo Lawrence Tierney al que rescatara, como es su costumbre, Tarantino para “Reservoir dogs”.

De la misma manera nos quedamos con el otro “Dillinger”, el de los setenta, el de John Millius con Warren Oates  y sus imágenes atmosféricas de una textura muy especial.

Lo que más nos interesa en esta nueva versión de gran presupuesto y con un trío protagónico que debería funcionar muy bien de cara a la taquilla: Johnny Depp, Christian Bale y la ganadora del Oscar por “La vie en rose”, Marion Cotillard, es esa historia de “Amour fou”, de pasiones desbordadas pero igualmente gélidas entre el criminal y la muchacha por cuyas venas corre la sangre cherokee.

Zoom

La película

La base

Ese amar hasta las últimas consecuencias, ese seguir al ser amado sin importar lo delictivo de sus acciones y sin conocer apenas nada de su pasado, pudiera ser la base para algo que no fue.

Lo demás, incluyendo la cacareada secuencia del teatro donde Dillinger cae en la trampa mientras presencia “Manhattan Melodrama”   es fuego de artificio.

Mann debió aprovechar más esa relación de amor entre el criminal y la joven.

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