Sin Julio Verne, mi infancia no hubiera sido la misma. Empecé a amarle a partir de la lectura del libro Veinte mil leguas de viaje submarino.
Al poco tiempo llegó la película, allá en el Rialto de la calle Duarte y todas mis fantasías giraron en torno al Nautilus, al Capitán Nemo y a los enormes tentáculos de aquel gigantesco pulpo.
Por supuesto que quisimos saber más del tema y leer la continuación de todo aquello. El libro se titulaba La isla misteriosa y la película del mismo la vimos unos años más tarde.
Pero mientras tanto nos llegó Viaje al Centro de la Tierra, esta vez en el Olimpia, donde James Mason volvía a estar presente.
Esta vez, sin embargo, no era el capitán enloquecido sino un excéntrico profesor decidido a ir adonde nadie había llegado, al mismísimo centro del planeta, poblado de monstruos, cosas raras y seres desconocidos, haciéndose acompañar de aquel Pat Boone, rubio y evangélico, que era el cantante de moda.
Otra adaptación de Julio Verne ya había llegado para entonces a nuestras salas de cine.
La vuelta al mundo en 80 días era la más costosa y ambiciosa de todas y no en balde se había ganado el Oscar a la mejor película del año.
La fuimos a ver al Leonor, aunque en nuestra ciudad no disponíamos del sistema de setenta milímetros, de aquel invento de su productor, llamado Todd-Ao.
La verdad es que aquel judío,esposo de Elizabeth Taylor y fallecido poco después en un accidente aereo, tenía visión para las innovaciones, los experimentos y los negocios.
Se inventó llenar su película de Cameos, es decir de intervenciones brevísimas de los principales actores del mundo desde Marlene Dietrich a Frank Sinatra sin olvidar el ballet español de José Greco. Para los roles principales tenía a David Niven como Phileas Fog, a Cantinflas como Passpartout y a Shirley MacLaine en lo que de antemano parecía como el más disparatado de los Miscasts ya que una pelirroja pecosa de origen irlandés iba a personificar a una princesa hindú obligada a inmolarse junto a los restos de su marido. Pero Shirley salió airosa de la prueba lo mismo que todos los demás. a, poco a poco, nos íbamos haciendo expertos en un Verne que, para regocijo nuestro, lucía inagotable.
No conocíamos adaptaciones de algunas novelas suyas como Un invierno entre los hielos pero pronto estuvimos en disposición de disfrutar de Los hijos del capitán Grant con una Hayley Mills de la que éramos fanáticos y de aquellas Cinco semanas en globo que más o menos se acercaba a la trama de esa Vuelta al mundo que, mucho después volverían a hacer con muchísima menos fortuna, Pierce Brosnan y Jackie Chan. No es que todas las adaptaciones de las novelas de Julio Verne a la pantalla grande nos gustasen pero sí que, de una forma u otra, las disfrutábamos incluyendo a las que, francamente eran un aburrimiento como La luz del fin del mundo, de nuevo con Kira Douglas y con Yul Brynner. Sobre Viaje al centro de la Tierra se han hecho muchas versiones desde la época del Cine Mudo. Ahora nos llega otra que tiene la particularidad de haber sido exhibida en varios países en el formato de Tercera Dimensión.
No creemos que, el hecho de haberla visto sin los famosos espejuelitos, cambie demasiado nuestra visión de la misma que no es demasiado positiva.
Viaje al centro de la tierra
Título original: Journey to the center of the Herat, Dir: Eric Brevig, Int: Brendan Fraser, Josh Hutcherson, Anita Briem, Jane Wheeler, Jean Michel Paré). Los dos estrenos de esta semana están relacionados por varias cosas: 1)-Tanto esta película como La isla de Nim, se supone, son cintas destinadas a un público infantil y juvenil. 2)-Son historias de aventuras. 3)-Tienen en sus créditos a la misma guionista: Jennifer Flackett. -Son malas.