Sigue encarnizada batalla por Brasil, tras elecciones

Sigue encarnizada batalla por Brasil, tras elecciones

La semana pasada me senté a conversar con un conocido mío brasileño que movía la cabeza con gesto de disgusto por el estado de la política nacional. Graduado en una escuela secundaria militar, había recibido correos electrónicos de ex compañeros, muchos de ellos hoy oficiales del ejército retirados, que estaban indignados con las recientes elecciones presidenciales.

“Tenemos que sacar a estos malditos petistas a patadas del gobierno”, dijo uno enardecido, usando el término peyorativo para designar a los miembros del gobernante Partido de los Trabajadores, o PT.

Se pensaría que tales pataleos partidistas por los comicios del 26 de octubre ya habrían terminado al día de hoy. Y, sin embargo, la encarnizada batalla por Brasil sigue. El 1° de noviembre, unos 2.500 manifestantes marcharon por la Avenida Paulista, un importante bulevar de Sao Paulo. Algunas de sus pancartas advertían de una inminente toma de poder radical al estilo de la llamada revolución bolivariana de Venezuela por el Socialismo del Siglo XXI. Otros reclamaban el juicio político a la reelegida presidenta Dilma Rousseff.

“¡Golpistas!” y “fascistas”, respondían los “dilmistas” en los medios sociales. En el Congreso, Aécio Neves, que salió segundo en las elecciones, fue vivado como un héroe y se lanzó a un discurso de dos horas.

Humberto Costa, legislador del partido gobernante, rechazó el ataque -“¡Esta mujer, una guerrera, de corazón valiente, ganó las elecciones!”, protestó- pero los abucheos ahogaron su voz.

Esto quizá no sea sorprendente: esta fue la elección presidencial más reñida desde 1898. Pero la polarización y el antagonismo de la campaña de 2014 tiene preocupados a los observadores de Brasil. Al analizar los mensajes partidarios en los medios sociales en vísperas de la votación, el sociólogo Marco Aurelio Ruediger, de la Fundación Getulio Vargas de Rio de Janeiro, encontró un país partido en dos.

Infierno político. “La sociedad está radicalizada y no hablamos entre nosotros”, me dijo Ruediger. “Vamos a necesitar diálogo, no cuatro años de infierno político”.

El infierno político es lo habitual en Brasil, pero no del tipo que genera la guerra ideológica. Después de todo, Brasil es una cultura fluida donde el acomodamiento ingenioso y la rendición estratégica -piensen en el samba y el fútbol- se imponen al choque frontal. (¿Cuántos otros países conquistaron la independencia y destronaron a un monarca sin disparar un solo tiro y luego orquestaron un golpe militar por teléfono y sin tanques?).

El problema de Brasil no es el atasco ideológico: rara es la línea dura que puede soportar el crisol del Congreso, ahora con 28 partidos, donde las alianzas cambian conforme surgen las oportunidades.

El verdadero desafío es lograr progresos en medio del embrollo. Rousseff reservó varios minutos de su discurso de victoria para agradecer a cada uno de los diez partidos aliados que apoyaron su campaña.

La presidenta debe timonear este pesado artilugio político cada vez que está en juego el inciso de un proyecto de ley o un decreto del poder ejecutivo necesita aprobación legislativa.

Publicaciones Relacionadas