Silvicultura contra pobreza

Silvicultura contra pobreza

PEDRO GIL ITURBIDES
Las organizaciones Progressio y Quita Espuela han logrado que familias del área rural convivan con el árbol. Obra extraordinaria ésta, en pueblo que siglo y cuarto atrás mantenía la idea de que el territorio del país era un hato. Los predios agrícolas, limitados, servían a la producción de subsistencia, pues cuanta tierra contemplaban ojos humanos era para la crianza libre. ¡Brega enorme dio retraer ese pensamiento para que aceptásemos la agricultura como actividad productiva, capaz de ventajas!

Heredábamos además, la cultura de la tala. Siglos de explotación de los bosques isleños para exportar maderas, amenazaron el equilibrio ecológico. Y cuando se quiso poner remedio a la tala, recurrimos a la fuerza. El resultado, adverso, devino en la creación de una generación que ha contemplado en el árbol un potencial enemigo. Creo haberles contado la experiencia vivida en Chavón Arriba, ilustrativa del aserto. En medio de una reunión, autoridad de la Sección rural se levanta de su silla y avanza hacia un arbolillo de poco más de un pie de altura.

Al ver la posición de su mano, adivinamos su propósito, y le señalamos que aquello que crece es un roble. “No, me contesta, es mi enemigo. Cuando crezca me quitará lugar para siembra y no podré arrancarle ni una rama, salvo que quiera caer preso”. Por supuesto que han cambiado las cosas, en no escasa medida por las experiencias de Progressio y Quita Espuela. Pero sobre

todo, porque hoy sabemos que la silvicultura, la siembra de árboles, es también un negocio como el sembrar habichuelas.

Estados Unidos de Norteamérica necesita celulosa y pulpa de madera para la producción industrial. Debido a las flaquezas de muchas otras de nuestras áreas productivas, no creemos que el famoso tratado aquél derive beneficios inmediatos para los productores. Los consumidores ajenos a estos sectores, tal vez, obtendremos ventajas en precios por la eliminación de aranceles. Pero fíjense que digo tal vez, y tomen nota de ello. ¿Por qué no estimular, por consiguiente, inversiones en la silvicultura?

George W. Bush no viene a la República Dominicana, como sabemos. La visita que realiza a países hermanos, sin embargo, abre una puerta por la que debemos meternos. Chile acumula una experiencia silvícola con frutos innegables, aunque en los años recientes han confrontado dificultades en plantaciones de pinares de montañas. Pero todavía no han desaparecido familias

vegetales endémicas de La Hispaniola que en el pasado fueron del interés de las grandes potencias europeas. Resembrar de sus vástagos muchas de las tierras del suroeste y el noroeste en donde fueron vegetación propia no sería experiencia infructuosa.

Aún bajo el supuesto de que al socio principal del tratado no le interesasen los troncos que cortemos de esos árboles, siempre podríamos encontrar otros compradores. Pero aún en el caso de que no encontrásemos quién comprara esa producción, podría cambiarse su siembra por deuda pública externa. Y todavía más, de ella quedaría siempre el esfuerzo de romper la cadena de alteración del equilibrio ecológico en que, inconscientemente, nos hemos metido.

Pero algo más, abriríamos una oportunidad para propietarios de tierras yermas, que podrían involucrarse en este negocio en forma de colonato. Y estableceríamos un mercado de trabajo que ahora no existe.

Después de todo, la silvicultura es una oportunidad, se cuente o no con la cooperación del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, para este negocio. Y si como parte de su gira se propone alentar la creación de fuentes de energías alternativas, el árbol sigue siendo esa posibilidad. Ya Chávez, el controversial mandatario de los venezolanos, ha puesto su parte en la mesa al vendernos petróleo. Esperemos que Bush ponga la suya.

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