Simbiosis del deseo al amor maternal

Simbiosis del deseo al amor maternal

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Dios, en su maravilloso plan de ordenar armoniosamente la vida de los seres en el Universo, tuvo especial cuidado en preparar un ambiente sublime y atractivo para la multiplicación de las especies vivas, de forma tal que esa acción procreativa estuviese matizada por el atractivo del placer que generaba tal proceder de los seres vivos.

Los seres humanos, por ser a los que Dios les dio alma y espíritu, haciéndolos a su imagen y semejanza, aparte de un cuerpo maravilloso, colocó las condiciones para que ese acto, aparentemente esencial para la multiplicación de las especies, adquiriese otro sentido de la eternidad y de la perpetuidad de las mismas. Era que se iba a sembrar, en ese ser tan especial que es la mujer, no sólo la semilla de otro ser vivo, sino los sentimientos notables del orgullo y del amor, al saber que en sus entrañas llevaba algo que era parte de ella misma y del compañero que ayudó eficazmente aportar los elementos activos que llevase el óvulo a convertirse en un ser vivo desarrollándose en el vientre materno.

La maternidad cambia por completo el sentimiento de la mujer, que si bien se sintió atraída por un hombre al momento de unirse en placer y amor, no pensando en los sentimientos que surgirían si se lograba la gestación de otro ser, fruto de esa atracción y de ese amor. Entonces los sentimientos de la mujer-madre se transforman por completo y se dan cuenta que ya responden a otras necesidades para prepararse a atender al fruto de sus entrañas. Todo eso es un maravilloso proceso de gestación y crecimiento aislado y preservado por nueve meses, hasta que puede respirar por si solo en el ambiente donde crecerá y vivirá sujeto a las colisiones del espacio exterior y muy distinto a la seguridad y al silencio del vientre materno.

La maternidad en este siglo XXI, aún cuando se conservan las raíces primarias de sus causas y necesidades, ha sufrido severas conmociones que han alterado por completo el patrón de conducta no sólo de la madre, sino del padre, en donde el atosigamiento por lograr ingresos notables que le permitan disfrutar de los placeres y comodidades de la vida, relegan sus responsabilidades, tanto las maternas como las de proveedor del hogar, dando lugar al ambiente del desmembramiento de casi todos los hogares y cada vez más hijos sin afectos y abandonados en formación por sus progenitores.

Mañana los dominicanos celebramos el día dedicado a la mujer que concibió esos seres maravillosos que cuando pequeños son la alegría y el motivo de superación de los padres. Pero que ahora en ese siglo XXI está dominado por el afán de bienestar y la preocupación del temor en torno de que no sería posible asegurarle un buen futuro, para como adultos puedan responder a las necesidades de ciudadanos responsables.

Como adultos atesoramos en el fondo de nuestras memorias el recuerdo de la abnegación de nuestras madres, desde que tuvimos conciencia de que nuestras vidas dependían de ellas. Veíamos sus quehaceres y acciones para asegurarse que sus hijos estaban cómodos disfrutando del descanso de la cuna, la alegría del primer velocípedo, de la muñeca, o del revolver, o de la pelota. Más agradecíamos la ansiedad que experimentaban nuestras madres cuando nos veían afectados de las primeras enfermedades infantiles que iban del simple resfriado hasta la varicela y el sarampión que nos atormentaban como niños y desesperaban a nuestras madres, anhelantes que se superaran esos estados febriles que nos postraban de mala manera. Nos prodigaban un cuido extraordinario y buscaban toda clase de medicinas para ayudar a superar esas crisis febriles que ahora se ven ayudadas eficazmente por los medicamentos modernos y la presencia permanente de los pediatras que tienen el control de la salud de los niños y constituyen la principal ayuda para las madres.

La mejor ofrenda que para este Día de las Madres es venerar esos seres, que si bien concibieron en plena juventud a sus criaturas, empujados por el amor y el placer, a la llegada del hijo se transforma en un sentimiento que ya se venía incubando desde el momento que se tuvo conciencia que había un estado de gestación para un nuevo ser. Entonces el amor brota como una flor robusta que irradia sus efectos armoniosos en todo su alrededor en donde se desarrollaría esa criatura que debería responder a esos afectos más adelante en el desarrollo de sus vidas.

Como hijos y padres debemos ofrendarle algo más que un recuerdo, ya fuera a las madres que disfrutan de la presencia de Dios o las que tienen la dicha de compartir entre nosotros. Que el recuerdo de las llamadas a la morada del Padre y las que conviven con nosotros se convierta en el ingrediente para el rescate de la vapuleada familia dominicana.

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