Simbología y suspenso en “Esquivos rostros de mujer” de Roberto Marcallé Abreu.

Simbología y suspenso en “Esquivos  rostros de mujer” de Roberto Marcallé Abreu.

Tras devorar, literalmente, la más reciente novela de Roberto Marcallé Abreu, “Esquivos rostros de mujer”, no me queda más que parafrasear a Albert Camus cuando manifiesta que “los novelistas de raza son en realidad auténticos filósofos”. El libro ofrece una consistente muestra de la experticia de este escritor dominicano: una novela negra que nos sobrecoge por su crudo realismo urbano plagado de metamensajes en el orden de la crítica social, los valores éticos y una elaboración literaria impecable.
Al abrir sus páginas se abren las puertas hacia ángulos inéditos de la realidad tratados por Marcallé Abreu en obras como “Las calles enemigas”, “La manipulación de los espejos”, “Bruma de gente inhóspita” y “Las siempre insólitas cartas del destino”. Significa incursionar en la percepción de la existencia de un autor que ocupa un lugar relevante en nuestras letras. En este ejercicio intuitivo aspiro a mudarme al interior de sus personajes y su conflicto vivencial. Involucrarme con una trama tan posesiva como compleja. Esta lectura se transforma en un viaje accidentado a nuestro propio interior y al mundo que nos rodea. Las revelaciones y los descubrimientos se nos presentan de forma alucinante y prodigiosa. Delimitar entre realidad y ficción es un ejercicio inútil.
A grandes rasgos es la historia de Victoria Alexandra, de Reynaldo-Rogelio, de hombres y mujeres, de víctimas y asesinos, y de una realidad social que, al develarse, delimita las penumbras “de la más cerrada oscuridad”. Es ahí donde yacen circunstancias poco conocidas, pero que en verdad norman el “mundo exterior y visible”. Y es el contexto, además, donde se tejen intrigas y maldades inenarrables. Los involucrados pueden intuir de lo que se trata, pero jamás adivinar sus alcances. Su disposición e ideas resultan insuficientes para lidiar con ‘la existencia de ese otro mundo’ poblado de gente de instintos asesinos, deshumanizados y de una crueldad insospechada. Es cuando el horror al acecho, “cruza el umbral”…
El autor nos introduce pausadamente en una trama que se enrarece desde el principio mismo. La densidad y la tensión aumentan de manera creciente. Precisa ser hábil para concatenar símbolos, diálogos, actitudes, la trascendencia de una mirada, una frase, un encuentro, lo extraño de una conducta.
“Esquivos” nos recuerda a Stanley Kubrick. El nombre de Rogelio, con el que es bautizado un personaje esencial significa que “no se trataba, solo de un nombre” sino de la “escabrosa entrada al laberinto”.
El suspenso extremo de esta novela nos induce a recordar que la novela negra es una rama de la ‘novela detectivesca clásica’ donde el crimen, la investigación y la intriga son los únicos ingredientes principales. No obstante, en la novela negra, como de la que hablamos, el argumento interactúa intensamente con “la realidad social”. Es decir, con esa carga brutal, callejera, sórdida que nubla los sentidos y enturbia los ámbitos.
La crítica y la denuncia social matizan la construcción de los elementos protagónicos, contrario a como sucede en la novela policíaca clásica. Y en ese tenor recordamos a “El sabueso de los Baskerville” de Sir Arthur Conan Doyle, las inolvidables historias de Agatha Christie, o “El cartero siempre llama dos veces” de James Cain. Y del mismo autor, Roberto Marcallé Abreu, “La manipulación de los espejos”, “Las calles enemigas” y “Bruma de gente inhóspita” .
Marcallé Abreu enlaza la crítica social con el suspenso, en un contexto de realismo urbano. Y entonces añade, de una manera sorprendente, estos postulados con el discurso del eterno ir-venir entre los principios -masculino y femenino- en un mundo postmoderno ambiguo y decadente.
La mujer cobra un protagonismo especial cuando es ponderada como sujeto de gran percepción, de actitudes visionarias. Solo que en sus anhelos, se encuentra sola y, en este sentido, puede ser objeto de acechanzas despiadadas, como sucede en la realidad. A propósito de esta ponderación que hace el autor, y que yo como mujer aplaudo, quiero insertar lo que Colette Soler apunta al respecto: La mujer siempre está en soledad o mal acompañada. Incluso cuando cree tener “lo mejor” a su lado. Nunca se produce la fusión, la unión definitiva y total de los sexos. Quizás hablamos de un imperativo de la naturaleza.
En otras palabras, no cuentan logros, estatura pública, trascendencia… la mujer empoderada continuará sufriendo de esa terrible soledad y eso lo deja bien claro el autor en el personaje de Victoria, cuya vida era vagamente satisfactoria solo cuando era Vicky, una adolescente, pero cuya existencia se transformó en la medida en que su trascendencia social evolucionó. Entonces, se ve acorralada por intrigas siniestras, por los intereses de las ‘élites’ que la desdeñan y hasta por su misma pareja… todos tratarán, a como dé lugar y por medios sutiles, de destruirla: “Tras el muro de la realidad apremiante, miles de rostros la observaban”. Sutilmente, los hechos, los diálogos, el desen lace, contienen una crítica feroz contra aquellos que solapadamente “orientan” nuestros destinos… No se trata de los funcionarios de turno que son puestos y quitados al antojo de esas fuerzas ‘oscuras’… tópicos como el crimen organizado, el narcotráfico, el lavado, la impunidad, la justicia, el sicariato, las marionetas y los pusilánimes en contraste con la actitud consciente de Victoria Alexandra resultan caracterizados en esta obra cuyo entramado se orienta al intelecto y a la conciencia moral de un lector que no deja de conmoverse –y de horrorizarse-página tras página. Es como el autor lo describe: Cierta gente… con una infinita vastedad de rostros en su haber. Y no todos ellos conocidos…( pp.24)

A la lucha entre el bien y el mal en el personaje Rogelio, quien termina por vender su alma al diablo, nos señala: “El suyo fue un bautismo de fuego”. (pp16.) A diferencia suya, Victoria Alexandra nos luce ‘agraviada con el derramamiento de sangre’. No obstante y pese a un contexto infernal, no se deja abatir con facilidad. Posee las condiciones para confrontar los intentos de manipularla, de doblegarla, de humillarla:
Ella era mujer. Maestra, madre de dos hijos, esposa y testigo.(pp25.) Tenía sus razones: Creía en los ideales del bien común; de la solidaridad. Luchaba contra la ‘descomposición social’. Se apoyaba en mujeres que, como ella, estaban dispuestas a cambiar el orden o el desorden imperante. No ignoraban las Instituciones tan corrompidas como colapsadas e inútiles. O la proliferación de negocios de la peor índole cuyos tentáculos se diluían entre lo oficial y lo privado. Masivo lavado de dinero, entidades de fachadas honorables (.pp27).

“Esquivos rostros de mujer” ofrece múltiples lecturas. He aquí una novela elaborada con paciencia y conocimiento, que nos invita a su interpretación desde la subjetividad de cada mirada (con los ojos bien abiertos), pues los mensajes se comunican a través de símbolos sutiles y acertijos misteriosos. Considero certero afirmar, parafraseando nuevamente a Camus, que Roberto Marcallé Abreu nos ofrece una novela que nos estremece tanto en nuestro intelecto como en nuestro corazón. Trascendente, virtuosa, provocadora…

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