Simenon o el efecto de la luna

Simenon o el efecto de la luna

POR GRACIELA AZCÁRATE
Empecé a leer a Georges Simenon , en  Quito,  en octubre de 1979. Mientras amamantaba a Mauro, fui desgranando una a una las historias del detective Maigret. Sin darme cuenta fui ahondando en la historia de un singular escritor belga que para esa época sólo me significaba un escritor de novelas policiales intrigantes y misteriosas que me despejaban y hacían soportables las mamaderas cada cuatro horas.

En Nicaragua, en 1982,  Juan Gelman me contó que Juan Carlos Onetti sobrevivió al exilio español, leyendo la saga del comisario Maigret, y que en realidad fue la lectura de la obra de Georges Simenon lo que lo impulsó a sobreponerse al destierro y volver a escribir.

El año pasado Francia y Bélgica celebraron los 100 años del natalicio de Georges Simenon, uno de los autores más prolíficos de la historia.

Simenon nació en Lieja, Bélgica, el 13 de febrero de1903, en el seno de una familia de clase media que estaba totalmente arruinada. Mantuvo desde niño una difícil relación con su madre que nunca aceptó que su hijo prefiriera ser escritor en lugar de ferroviario.

En 1922 se trasladó a París, donde poco después se casó con una estudiante de arte a la que todos llamaban Tigy. Por aquel entonces, Simenon ya era un conocido escritor que presumía en público de su extensa bibliografía: “Tengo 29 años y ha he publicado 277 libros”, decía.

No exageraba, porque sacaba novelas con enorme rapidez y facilidad. Ni siquiera sus constantes viajes por Europa le hicieron bajar el ritmo. Incluso se decía que a él le bastaba un día para concebir una novela y un par de semanas para escribirla.

Pero fue en la década de los 30 cuando se dio a conocer mundialmente. Fue gracias a un comisario llamado Maigret, que se convirtió en el héroe que resolvía los crímenes de todas sus intrigas policiacas. Su personaje tuvo tanto éxito que sus peripecias se tradujeron a 55 idiomas. Sin embargo, no todo fueron luces en su vida. Es más, nunca fue demasiado feliz. Al parecer, fue un mujeriego empedernido que, según dicen las malas lenguas, colaboró con los nazis cuando invadieron Francia. Además, jamás superó el suicidio de su hija. Murió el 4 de septiembre de 1989 en Lausana.

La obra de Simenon, autor de unos 350 títulos y mil cuentos, es clasificada en el género policial. En él surge su más célebre y recordado personaje: el inmortal comisario Jules Maigret, quien según su creador “odia la maldad deliberada y se muestra feroz con la hipocresía. Por el contrario, es indulgente con las faltas que son fruto de las debilidades de la naturaleza humana”.

La vida de Simenon posee un atractivo extraordinario. En su vida siempre estuvo al borde de todo. Acusado de antisemita y mujeriego,él mismo aceptaría haber tenido decenas de amantes, la mayoría prostitutas, el multifacético escritor tuvo siempre como medida el exceso.

Un tipo tan particular y extraordinario que a sus 20 años tenía como lema ganar la mayor cantidad de dinero posible escribiendo libros fáciles, y luego instalarse y hacer literatura. Viajó por el mundo en busca del hombre sin disfraces, acompañado tan sólo de su cámara fotográfica.

Autor de libros como Los Pitard, El alcalde de Furnes, La viuda Couderc, El inspector cadáver, Por si algo me ocurriera, El Hombre que Miraba Pasar los Trenes, Carta a mi madre, El efecto de la luna,  es una obra de neto corte anticolonial que le valió ser llevado a los tribunales por difamación e injurias, en realidad toda la obra de Simenon es una aventura de principio a fin con trasfondo autobiográfico.

En diciembre de 1970, durante ocho días, mientras su madre agonizaba, Georges Simenon permaneció a su lado en el hospital. Poco más de medio siglo le separaba de la época en que ayudaba a misa en la capilla de ese mismo hospital.

Durante esos ocho días estos dos seres, que jamás pudieron amarse, tal vez porque jamás pudieron hablarse, intercambian pocas palabras pero se miran intensamente, con perplejidad y desconfianza. De hecho, al ver entrar al hijo mayor en la habitación, la madre le pregunta: «¿Por qué has venido, hijo?», deseando probablemente que hubiera sido el otro hijo, el más joven, el amado, el que la acompañara en sus últimos momentos. Pero es el hijo una y otra vez rechazado quien, a sus 67 años profundamente marcados por ese desamor y esa indiferencia, la asiste hasta el final, entregado a toda suerte de recuerdos y sentimientos contradictorios, desgarrado entre el resentimiento, un insoportable sentimiento de culpa y el deseo de ser reconocido.

Coincidencia o no, motivo de estudio para psicoanalistas y estudiosos de su obra, el caso es que doce meses escasos después de la muerte de su madre, Simenon, uno de los novelistas más fecundos de nuestro siglo, deja de escribir novelas. No obstante, al asistir a la lenta muerte de su madre en una habitación de hospital, en la intensidad de sus miradas y la elocuencia de su mutismo le inspirará, tres años después, uno de sus mejores libros, una auténtica pequeña joya del arte epistolar, en especial en ese difícil género que es el de las «cartas a los padres»

Carta a mi madre está considerada por la crítica mundial no sólo como una obra de rara calidad literaria, sino también como la clave para comprender toda la extensa obra de Georges Simenon. Revela, como bien dice Pierre Assouline en su reciente biografía de Simenon, «el nudo de su sufrimiento, el sufrimiento de un gran escritor reconocido por todos, menos por su madre».

Pocos se extrañarán, tras la lectura de este texto breve y denso, que, en cuanto terminara de escribirlo, Simenon cayera enfermo durante dos meses, «enfermo tal vez por descubrir que no era el hombre que yo creía ser, enfermo también por saber que mi madre no había sido sino una mujer muy humilde (?) que habría merecido más mi ternura y mi piedad que cierta indiferencia y cierto rencor», según explica él mismo en uno de sus diarios de la época.

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