SIMIDOR

SIMIDOR

Yo o tú/¿hacia dónde miraremos ahora que no sea dolor/a dónde ir desde este lugar que piso e ignoro?
De Manuel Rueda: La metamorfosis de Makandal
POR GRACIELA AZCÁRATE
En la contraportada de un disco que compre en Puerto Príncipe, en 1982  hay un texto que dice así:

“De la cuna a la tumba
el haitiano canta
en las llanuras…
en las montañas
dia y noche
 canta
en los caminos y en los combites
 de día
durante largas vigilias, bajo los peristilos
de noche
el eco de sus canciones repercute
de colina en colina
de la montaña a la llanura
de la llanura a la ciudad”

El poema de don Manuel y la contraportada del disco del Coro Simidor se aparecieron como por una suerte de magia,  la tarde del 15 de agosto, cuando los muchachos de Espacinsular se reunieron para festejar los dos años de vida de esa  página digital dedicada a hermanar República Dominicana y Haití.

José Luis Soto, su director me invitó a compartir la tarde con ellos.

Lo conocí en abril del 2007, cuando publicó un texto que escribí en homenaje a Marta Sepúlveda que no fue posible publicar en los medios habituales.

Después, nos reunimos para ver qué podíamos hacer juntos y de que manera podía colaborar en ese proyecto lleno de frescura y solidaridad.

Jose Luis y  Serafina vinieron a casa y desde entonces empece a escribir semanalmente con el propósito deliberado de contar de a  poco lo que significó para mí vivir ocho meses en  Haití, desde 1982 hasta 1983.

Para mí, desde abril y hasta la tarde de agosto,  Espacinsular era una página virtual.

Como virtual era el trabajo de esos jóvenes dominicanos que no tenían oficina, ni sede, ni salarios ni soporte para su sueño. Ellos tenían de sobra energía,  solidaridad y la esperanza de contribuir a una vida mejor y más generosa para las gentes que viven en los dos países que alberga la isla.

Al llegar a CEPAE esa tarde,  sentí algo extraño cuando subí la escalera que llevaba al salón,  cuando escuché las voces de los jóvenes haitianos que me guiaron al lugar de la celebración, las risas de unos chiquillos preparando ramos de flores y bocadillos, algo me trajo el aroma de veinte años atrás, en Puerto Príncipe y recordé las canciones del Coro Simidor que interpretaban el sentir y la emoción de un pueblo digno y poético.

Después, empezó la celebración con el recuento histórico de cómo había empezado ese proyecto y José Luis Soto contó la historia de Espacinsular, de Serafina y sus hijos, de Ramón y sus habilidades para diseñar y montar de la nada una página en Internet, de la ayuda desinteresada de una belga y un joven cooperante argentino, de la solidaridad prudente y recatada de Edwin Paraison, de la contribución alegre de todos los hijos de muchos de los integrantes del grupo que ponían flores, o montaban las pantallas para trasmitir los videos de música haitiana y dominicana.

José Luis Soto entregó placas y reconocimientos y casi a punto de terminar  el acto un joven haitiano inmigrante, perteneciente a la pastoral interpretó una canción especialmente compuesta para agradecer la contribución de Espainsular.

Alto, esbelto, vestido con un traje a rayas y una pulcra camisa blanca hizo pases de karate, danzó, giró y declamó en un correcto español cuajado de la dulce tonada del creole  y el francés.

Una hermosa cabeza sobre un esbelto cuello que me recordó la estatuaria africana de un príncipe rada. Su figura ágil, fuerte y al mismo tiempo llena de gracia me desató el recuerdo. Los párrafos del viejo poeta buscando consuelo para el dolor de dos pueblos hermanos y la danza del joven inmigrante fueron premonición y augurio.

Pensé en el esbelto haitiano bailando en un salón del Santo Domingo español  como en un Simidor, como un mensajero de los viejos dioses, como un resurgir de los viejos ídolos olvidados que están vivos en la historia y el sentir de las gentes humildes y buenas que viven en la isla.

Cuando regresé a mi casa busqué aquel viejo disco que escuché tantas veces en Puerto Príncipe y que me acompaña desde entonces.

La contraportada del disco tiene un texto de presentación que dice así:

“Algunas notas sobre el Coro Simidor”

“Hace algunos años, cuarenta muchachos y muchachas de  la universidad, se reunieron alrededor de Frere Laguerre, talentoso director del grupo,  para recuperar las canciones sagradas y profanas del folklore haitiano. Ellos conformaron un repertorio que puede ser considerado un auténtico Simidor, nombre adoptado por el coro.

En cada aldea se encuentra siempre un hombre, más o menos talentoso que es el depositario de viejas canciones y es un compositor indispensable en los combites.

Ese hombre es un Simidor.

Es el que en las aldeas mantiene la tradición de los cuentos orales, el que en los servicios religiosos sabe encontrar las canciones tradicionales del culto vaudou”.

Hasta ahí una traducción libre hecha por mí de aquella portada que despertaba tan lindos recuerdos.

Sentí que esa página virtual, llevada adelante con tanto fervor por los jóvenes de Espacinsular, es como el joven bailarín haitiano,  un auténtico Simidor.

Un intérprete generoso y proteico que montado en los hallazgos de la tecnología del siglo XXI, es capaz de traducir con sensibilidad y poesía  las esperanzas de dos pueblos hermanos como son el dominicano y el haitiano, más allá de los desencuentros, las miserias burocráticas y los juegos de intereses.

Hace unos días leía en la prensa  los resultados y disyuntivas en un seminario sobre los problemas legales de la inmigración haitiana y también leí,  precisamente en Espainsular una carta del sacerdote anglicano Edwin Paraison dirigida  al director de un periódico de la tarde, acerca del problema de retratar al pueblo haitiano en sus miserias y pobreza.

Haití no es solo su tragedia, su pobreza, sus carencias, ni sus inmigrantes desprotegidos y abusados.

Haití, tiene mil caras, muchas facetas, una historia fascinante, dolorosa pero también llena de actos de arrojo, de poesía, de música, de pintura, de escritura, de creación del espíritu y el intelecto.

No es que se deba ocultar sus miserias y carencias, o resaltarlas como sus únicas prendas,  es que es como cualquier otro pueblo.  Está hecha de luz y sombra y como en las caras de una misma moneda alberga el reverso y anverso.

Lo realmente importante, no es hacer seminarios y encuentros hasta el hartazgo. Son importantes, es cierto, pero a veces gestos humildes y austeros como una página digital, alimentada con la generosidad  de gentes anónimas  puede más y se convierte en un instrumento de cambio y progreso mucho más  efectivo y poderoso que el ampuloso gesto de los burócratas habituales.

Mientras existan hombres y mujeres, con energía, con vocación de servicio, con altruismo y bondad como los jóvenes dominicanos de Espacinsular, una interpretación

 a la dominicana del Simidor haitiano siempre quedará la esperanza y recursos suficientes para  multiplicar esa capacidad  de  traducir a un idioma universal los logros de los dos pueblos que alberga una misma isla.

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