Simón Bolívar, muerte de un titán de la libertad

Simón Bolívar, muerte de un titán de la libertad

En la mortecina penumbra de una fría y desolada alcoba en la Quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia, un hombre, tendido en un camastro agoniza, consumido por la fiebre y devorado por la tuberculosis (tisis). Lo canoso de su escaso pelo, lo amarillecido del rostro, su disminuída estatura y extrema delgadez, le daban un lastimero aspecto. El joven facultativo que lo atendía, observando que el final se acercaba, avisó a los miembros de su escolta; uno de ellos se acercó al lecho del moribundo; su rostro estaba sereno; no obstante, haciendo un supremo esfuerzo, murmuró al oído del edecán: “Creo que los dos majaderos más grandes de la humanidad hemos sido Don Quijote …… y yo”. Y cerró para siempre sus ojos, hundiéndose en las profundidades de la eternidad; 17 de diciembre de 1830, 1.07 de la tarde. Ese hombre que moría sólo y abandonado, era el general venezolano Simón Bolívar, el Libertador, el hombre que con su espada construyó cinco países, con territorios 5 veces más vastos que toda la Europa, arrebatados al imperio español. Se proponía libertar también a Cuba y Puerto Rico. Tenía 47 años.

Bolívar, el hombre más homenajeado, aclamado y biografiado de todos los tiempos, poseedor de una gran fortuna, que entrega, lo mismo que la de su familia, a la causa independentista, muere, proscrito por su propio país, haciéndose exclamar: “El que sirve a una revolución ara en el mar”.

Simón Bolívar, el estratega militar más portentoso de toda América, llamado por el General Sucre el genio del Siglo XIX, llamado también el Simón Macabeo de América, el Washington de América, y el Napoleón de la América Meridional, fue también un avezado político, escritor de talla, debemos a su pluma varios ensayos, como “Mi Delirio sobre el Chimborazo”, poeta y excelente orador, quien como Napoleón enardecía las multitudes. Tenía 20 años, cuando escaló el Monte Avetino (Monte Sacro) junto a su amigo y maestro Simón Rodríguez, llamado luego Robinson , y en ésa augusta colina a la que Sicinio llevara a los plebeyos romanos, exasperados por los abusos de los patricios, dominando la inmensidad de la campiña romana, el futuro Libertador cayó de rodillas, relata el general O’Leary en sus Memorias , y hace el juramento solemne de liberar la América del Sur, lo que posteriormente explica y justifica de forma magistral en su famosa Carta de Jamaica.

Bolívar permaneció 20 años guerreando para mantener libres y unidos los territorios independizados, había cabalgado dieciocho mil leguas: más de dos veces la vuelta al mundo y atravesado cuatro veces el Atlántico, además recorrió a caballo todos los territorios liberados. Las hazañas realizadas por el General Bolívar, en los campos de batalla provocaron la admiración del mundo entero; sus triunfos parecían increíbles y fue colmado de gloria y de medallas, era montado en carros triunfales arrastrados por doncellas, tiaras de piedras preciosas adornaron su cabeza, se le quiso nombrar emperador y él lo rechazó diciendo: “El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano; por tanto me es imposible degradarlo”.

Durante toda la gesta de la independencia de los pueblos de América del Sur, Bolívar combatió sin cansancio, sin detenerse. Se alimentaba mal y dormía peor, descansaba en el suelo y se entremezclaba con la soldadesca, sin que ningún atuendo especial lo señalara como el general en jefe de los ejércitos, sólo el aura resplandeciente que emanaba de su personalidad cautivante, lo hacía distinto a los demás.

Sin embargo, este adalid de la libertad, triunfador de múltiples batallas, era objeto de intrigas, infundios y de atentados contra su valiosa vida. La envidia, la cizaña, la ambición y el odio, campeaban por sus fueros y es así, como el congreso de Venezuela, ordena su expulsión. Presa ya de enfermedad irreversible, ardiendo en calentura, deliraba y en su desvarío, creyendo que estaba en el campo de batalla, exclamaba: ¡vamos recojan todo que aquí no nos quieren! Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado. Yo no pido más que el reposo y la conservación de mi honor; por desgracia es lo que no consigo!. Y presa de gran desaliento, este genio militar, este héroe, el más grande guerrero de las Américas, tuvo que ir al exilio sin tan siquiera tener el reconocimiento público. Y mientras su patria lo desconsideraba las potencias extranjeras declaraban que sólo el Gral. Bolívar podría refrenar la anarquía en que se encontraba la Gran Colombia.

Bolívar decide retirarse a Santa Marta Colombia y emprende el vieje, pasando por Soledad y Barranquilla, al llegar a ésta, su estado de salud estaba tan deteriorado que tiene que apoyarse para caminar en el capitán Iturbide, su edecán; este capitán Iturbide era el hijo del fracasado emperador de México Agustín I. La fama, la admiración y el buen nombre del Libertador y la gloria de sus grandes proezas, llegaron tan lejos, que personajes de todo el mundo le enviaban familiares, para que tuvieran el alto honor de sevir bajo sus órdenes. Tal es el caso del patriota irlandés O’Connell, que le envió a su hijo; otro tanto hizo Sir Robert Wilson, veterano de todas las guerras europeas de su tiempo; también un sobrino de Kosciuszko, general polaco que combatió contra Rusia, un hijo de Murat, Mariscal de Francia, cuñado de Napoleón. Así mismo Byron, La Fayette, la familia Washington y Bernardotte lo habían glorificado y nos dice Unamuno: “Con el nombre de Bolívar en los labios, en canciones patrióticas, tomaron París los revolucionarios en 1830”.

Enfermo del cuerpo, pero sobre todo del alma, llega Bolívar a la Quinta de la Florida de San Pedro Alejandro, cerca de Santa Marta, propiedad del señor Mier, donde se aloja. El libertador es hospedado en una habitación en el segundo piso, desde donde podía ver la Sierra Nevada, pero él prefería quedarse en la primera planta, en la sala principal, donde podía colgar su hamaca.

El estado de Bolívar era tan grave, que el General Montilla llamó de urgencia al Dr. Reverend, quien desde que lo examinó, se dio cuenta que la enfermedad estaba en su última etapa y escribió en el diario que para el efecto llevó: ….”finalmente, la enfermedad de S.E. me pareció ser de las más graves, tenía los pulmones dañados: El Dr. Night, americano, también observó la gravedad del caso y juntos acordaron un tratamiento. Pero fue el Dr. Alejandro Prósper Reverend, quien personalmente atendió a Bolívar, sin separarse de él, más que lo necesario.

Con grandes accesos de tos que lo asfixiaban, inapetencias y un fuerte hipo que lo extenuaba, el estado del Libertador era cada vez más precario. Con todo, Bolívar de espíritu indomable, seguía atendiendo su correspondencia y le escribe al Gral. Urdaneta: “Aquí han llegado ocho jefes de Venezuela, y entre ellos los generales Infante, Silva y Portocarrero. También lo acompañaban sus compañeros de armas general José María Carreño, el glorioso mutilado, y José María Montilla y otros.

Viendo el estado del enfermo, el gral. Montilla hizo llamar al Obispo José María Estévez, quien lo confesó. Era el 10 de diciembre; al día siguiente recibió los Sacramentos, dictó su testamento, redactó una Proclama de despedida a las colombianas y escribió su última carta.

En su testamento ordenó que sus restos reposaran en Caracas, y legó a su Universidad las obras de la biblioteca de Napoleón, que el Gral Wilson le obsequiara: el “Contrato Social de Rousseau y “El Arte Militar” de Montecuculi. Ordenó que se devolviera su lugar de origen, la medalla con que lo distinguió el Congreso de Bolivia; que se restituyera a la viuda del Gral. Sucre, la espada de oro con incrustación es de piedras preciosas, que el Mariscal le había regalado….Incluyó también una cláusula de excepción: agradecer a Sir Robert Wilson por el buen comportamiento y fidelidad de su hijo”… y otros.

Algo insólito, Bolívar que fue amado por tantas mujeres a quienes él amó con todo el ímpetu de su otorgamiento corazón, no tuvo a ninguna de ellas a su lado, en su lecho de muerte. Manuelita Saenz, cuando se enteró de su gravedad, se puso en camino hacia Sta. Marta, pero en Guaduas le anunciaron su muerte.

El 17 de diciembre, de 1830, al mediodía su médico el Dr. Reverend, advirtió que el gral se moría y llamó a los militares de su escolta, quienes rodearon el lecho de tan egregio personaje. Eran la 1:07 minutos de la tarde.

El Dr. Reverend, que había cuidado al Gral Bolívar y no quiso cobrar por sus servicios, se hizo cargo de vestigar el cadáver. Y narra: “Entre las piezas del vestido que trajeron, se me presentó una camisa que yo iba a poner, cuando advertí que estaba rota. No pude contener mi despecho, y tirando la camisa exclamé: “Bolívar aún cadáver, no viste ropa rasgada; si no hay otra, voy a mandar por una de las mías. Entonces fue cuando me trajeron una camisa del Gral. Silva”. La última carta del Libertador fue para el Gra. Justo Briceño, y su última proclama, fue para los colombianos.

Y para sepultar a este coloso de la libertad, ¡hubo que hacer una colecta pública. ¡Qué ironía! el hombre que se había entregado en cuerpo y alma, a la revolución sacrificando vida y hacienda, que dió al mundo 5 países libres e independientes, moría sin sus familiares, lejos de su país y hasta hubo que buscar una camisa prestada para amortajarlo y pedir dinero para su caja mortuoria y entierro. ¡Qué ingratitud la de los pueblos con sus grandes hombres!

Bolívar regresó a Venezuela entre los vítores de la multitud, reverentes ante la urna que guardaba sus venerables restos.

Pero lo primordial de su obra se salvó: la libertad de América, punto de partida para la conquista de todos los demás bienes. ¡Bolívar inconmesurable, Bolívar eterno, Bolívar Inmortal!

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