Simón Bolívar y la guerra social

Simón Bolívar y la guerra social

SERGIO SARITA VALDEZ
Circula en nuestro país una edición en español traducida por Alejandra Chaparro de la obra original en inglés titulada Simón Bolívar A life, escrita por John Lynch. Se trata de un libro de 478 páginas redactado luego de revisar más de novecientos documentos incluidos libros, cartas y artículos, tanto en español como en la lengua de Shakespeare. Se publicó en el año 2006 y a pesar de que su autor no esconde su antipatía hacia el gobierno de Hugo Chávez, la conducta de este último se entiende perfectamente, una vez se lee el análisis de Lynch acerca del pensamiento político de Bolívar.

El ideal bolivariano solamente requiere que se le cambie la fecha y el nombre del imperio dominante para que su famosa Carta de Jamaica mantenga vigencia. Leamos un fragmento de ese formidable documento escrito en el 1815 en la capital jamaiquina: «…porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente: el lazo que la unía a España está cortado: la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España. De aquí nacía un principio de adhesión que parecía eterno; no obstante que la inconducta de nuestros dominadores relajaba esta simpatía; o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la dominación. Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos: todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra. El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos».

Reflexionemos alrededor de un par de párrafos del discurso de Angostura pronunciado ante el Congreso de Venezuela el 15 de febrero de 1819: «El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política. Por las leyes que dictó el primer Congreso tenemos derecho de esperar que la dicha sea la dote de Venezuela; y por las vuestras, debemos lisonjearnos que la seguridad y la estabilidad eternizará esta dicha. No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se desciende siempre al poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la suprema libertad social. Teorías abstractas son las que producen la perniciosa idea de una libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pública se contenga en los límites que la razón y el interés prescriben; que la voluntad nacional se contenga en los límites que un justo poder le señala; que una legislación civil y criminal análoga a nuestra actual Constitución domine imperiosamente sobre el poder judiciario, y entonces habrá un equilibrio, y no habrá el choque que embaraza la marcha del Estado, y no habrá esa complicación que traba, en vez de ligar la sociedad.

Para formar un gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional, que tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales: moderar la voluntad general, y limitar la autoridad pública. Los términos que fijan teóricamente estos dos puntos son de una difícil asignación, pero se puede concebir que la regla que debe dirigirlos, es la restricción, y la concentración recíproca a fin de que haya la menos frotación posible entre la voluntad y el poder legítimo. Esta ciencia se adquiere insensiblemente por la práctica y por el estudio. El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica, y la rectitud del espíritu es la que ensancha el progreso de las luces».

Juan Bosch, a través de la editora Alfa y Omega, publicó en 1977 su libro Bolívar y la guerra social. En dicho texto Bosch elabora una tesis acerca del origen de las repúblicas de Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador, como producto de lo que inicialmente fue una lucha social armada en Venezuela: «En la guerra social venezolana las masas no luchaban por la independencia del país sino para vengar agravios que habían estado padeciendo durante veintenas de años a manos de los nobles terratenientes blancos, en su mayoría criollos, quienes habían iniciado la lucha por la independencia con el propósito de conquistar el poder político para asegurarse los privilegios que habían alcanzado en la colonia».

Bolívar estaba demasiado consciente de lo desastroso que para su proyecto continental representaban los conflictos de intereses de los esclavos, pardos, blancos criollos y españoles. Alexandre Petion el presidente de Haití, recibió a Bolívar en 1816 y le donó seis mil rifles, municiones y transporte naval, aparte de recursos en metálico. Lo único que le solicitó al líder suramericano fue el que en los territorios liberados aboliera la esclavitud.

El perfil de la personalidad de Simón Bolívar lo pinta John Lynch como el de un líder innato con una gran voluntad, capacidad de decisión y habilidad para escuchar, entender y aprender. El mismo Bolívar llegó a decir: «Las circunstancias, mi genio, mi carácter, mis pasiones, fue lo que me puso en el camino: mi ambición, mi constancia y la fogosidad de mi imaginación me lo hicieron seguir y me han mantenido en él». Su régimen era poco individualista y más institucionalista, siempre estuvo preocupado por desarrollar políticas y no sólo por administrar una clientela.

A los que conocen a fondo el pensamiento bolivariano les resulta extremadamente fácil entender el comportamiento y las acciones políticas del presidente venezolano Hugo Chávez.

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