Sin ayer, sin memoria

Sin ayer, sin memoria

Tiempo de fiesta y olvido. Aquí no ha pasado nada. La historia comienza ahora. Se cumplen los procedimientos pautados, las agendas diseñadas para que la herida siga con el apósito y la infección continúe. Prefieren una sociedad mórbida, agónica, antes que sana. Sin intención o con ella, optan por la forma. Y pretenden diálogos, consensos, proyectos, asesorías. Se atreven a solicitar programas de gobierno, a escuchar la cantilena desvergonzada acerca de la corrupción, para después lamentar la ruina institucional dominicana.

Los publicistas saben que no es necesaria la elaboración de consignas prodigiosas para lograr el voto. Los candidatos recurren al «paso de vencedores» porque los hechos agotaron su creatividad. Lejos queda el «nuevo camino» y «primero la gente». Más lejos la esperanza del «basta ya» y «vergüenza contra dinero». O «el cambio sin violencia», «las manos limpias»… Conocen las limitaciones de la colectividad que los valida, ayudan a mantenerlas para que permanezca, inalterable, esa mediocre propensión a escoger entre los peores.

No es demostración de democracia que el 16 de mayo se expongan al escrutinio 11 candidatos, ni que veinte y tres organizaciones políticas participen en el certamen. Tampoco es democracia la competencia entre dos candidatos que olvidaron lo prometido en sus campañas, cuando gobernaron. Pero nadie les reclama. Eso no interesa.

Es la reivindicación del voto por el voto. La ética es sutileza, la opulencia sin explicación, accidente, la complicidad, norma. Aquí no ha pasado nada. Ninguno ha dispuesto del erario ni es responsable de los delitos cometidos por los miembros de su gabinete. Ninguno se acogió al artículo 55 de la Constitución, para hacer y deshacer y permitir, por ejemplo, la violencia policial, el apresamiento de inocentes y la liberación de culpables. Ninguno estuvo atento cuando las cifras de la prostitución infantil aumentaron. Ninguno ve los niños y las niñas adictos, que están ahí, en la esquina, enfrente de sus fortificaciones ilegales, construidas, ladrillo sobre ladrillo, con la anuencia de minorías poderosas que exhiben conducta tan impropia como la de aquellos que detentan el poder, gracias al sufragio. Ninguno denuncia narcotraficantes sino «el narcotráfico» como noción etérea porque necesitan las inmensas fortunas, ajenas al mandato de la ley 50 88. A ninguno le preocupa la proliferación de armas en manos de una población cuya agresividad es proporcional a su desamparo.

Todos hacen gárgaras cuando se mencionan las quiebras bancarias. Cualquier comentario imprudente recuerda el sabor del último vino compartido con los hacedores del desastre. El proyecto de país lo escriben con la tinta que proveen las villas de la abundancia evasora y el incienso, las concesiones y la ejecución postergada de la ley.

Aquí no ha pasado nada. La infracción se diluye en el escándalo pasajero, el crimen se resume en comentarios fugaces. El cotilleo sustituye la acción pública. El proceso penal no existe para las elites delincuentes. Lo perfeccionan para eludirlo. Cualquier alusión que pretenda la transparencia, la sanción, es refutada con el cobarde «siempre ha sido así».

Con aceptación o rechazo del electorado las cuentas pendientes no se saldan. Es el inquietante y perverso «vuelve y vuelve» que trasciende los estamentos partidistas. Todos pontifican, insultan, pactan, alucinan con el mantenimiento o la recuperación de un poder que les permite hacer lo mismo, con métodos diferentes. El país vive, sin redención, entre la espada y la pared. Con la alternativa de la estocada o del golpe mortal. ¿Quién puede quitar máscaras si todos las usan?

Aquí no ha pasado nada. Por eso el credo de ayer hoy es mentira. Y al aliado lo convierten en patriota, al ladrón en pragmático, al asesino en estratega, al difamador en consejero. La orfebrería de las transacciones nada tiene en común con la chapucería de las gestiones de gobierno. Les urge tener acólitos doquiera que estén. Cuesten lo que cuesten. Todavía quedan hilachas para repartir. El empobrecimiento indetenible, que va más allá del precio de la libra de arroz, aún reporta beneficios. Y la ignorancia permite la promesa, la dádiva, el engaño. Cualquiera lo sabe.

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