Sin colores

Sin colores

Después del tiranicidio, la profusión de partidos permitió la adscripción sin límites de la población a las agrupaciones políticas que surgían de la noche a la mañana. La existencia de grupos, grupúsculos, grupillos, pretendía conjurar las limitaciones que impuso la tiranía con su partido único.

Veinte y seis partidos políticos se formaron entonces, aunque sólo siete se expusieron al escrutinio electoral del 1962.

Las posibilidades de obtener votos se repartían entre Unión Cívica Nacional UCN y el Partido Revolucionario Dominicano PRD . La identificación con una de esas dos organizaciones era difícil de esconder. La población necesitaba hacerlo. La palmita, de triste recordación, fue sustituida por el sombrerito de cana y el jacho. Los menos confiados en el éxito de las dos opciones mayoritarias, los que tenían aspiraciones más allá de las propuestas de Viriato Fiallo o de Juan Bosch exhibían orgullosos sus banderas verde y negra, el pez, el machete…

A partir del 66 los colores se convirtieron en símbolos. El rojo, blanco y algunas combinaciones con verde, azul, negro, permitían detectar las simpatías. Joaquín Balaguer comenzaba su interminable reinado. Entre atropello, muerte y seducción de adversarios, incitaba la fusión de colores. Logró, más que una amalgama, una lamentable opacidad.

En el 1973 el morado se integra al arcoiris político. Identificaba un partido de cuadros, con un estandarte ético no proclive al clientelismo, ni a la asimilación de masas hambreadas en su nómina. Creado para la liberación dominicana, sin pretensiones electoreras. Su mentor aspiraba eliminar los vicios atribuidos a sus anteriores compañeros, obedientes a los principios que determinaron la existencia del más viejo partido nacional. Crecía en silencio, pero fallidos fueron los intentos para captar mayorías. En 1990, debido al desgaste colorao y blanco y a las sempiternas querellas internas del PRD, se perfiló como una opción real de poder. Pero fue la época de la desafortunada divulgación del resultado electoral desfavorable, hecha por el coordinador del Equipo de Informática del PLD, del «que se vaya ya», de la propuesta de Peña Gómez para que Balaguer y Bosch gobernaran dos años cada uno, de las miserias de una Junta Central Electoral que esperó hasta el 11 de julio para comunicar al país la cantidad de votos obtenidos el por cada partido. PRSC 678,065 votos 35% ,PLD 653,595 33.8% .

En las elecciones del 94 al PLD le asignaron 395,563 votos. La historia de ese período es nefasta. Una campaña electoral ignominiosa precedió las votaciones, después todo se convirtió en irregularidades, incoherencias, vacilaciones y culpas. Proporcional al deterioro del líder peledeísta la organización integraba personas que jamás habían comulgado con los postulados morados, menos con el proceder de Bosch. Resultaba incomprensible la inserción de una derecha recalcitrante en sus filas, defensora convencida del trujillismo y del balaguerismo. Se ratificaban actitudes políticas que provocaron la confrontación con las opciones tradicionales y la abulia de una minoría, cada vez menos activa en la sociedad del perdón, los agravios y el desconocimiento de la ley.

Hubo un innegable caos y advino aquella solución contenida en el Pacto Por La Democracia. La suerte estaba echada. Dos años más tarde y con el apoyo de Balaguer a la candidatura del PLD este partido pasó por la criba del Palacio Nacional. La última esperanza de renovación política y ética del país, después de los ocho años de gobierno blanco, fue sepultada en el cuatrienio. Los argumentos esgrimidos para justificar las infracciones cometidas, desde y por el poder, son para tontos. La excusa del tan mencionado pragmatismo, estandarte de los seguidores del Presidente morado, no evitan las quejas atenuadas luego del fracaso gubernamental actual . Tampoco borran las infracciones.

El tiempo transcurrido desde las primeras elecciones democráticas ha permitido a los partidos del sistema demostrar sus aptitudes. Ninguno produjo la transformaciones necesarias para lograr el respeto a la disensión, a la diferencia, para dejar atrás la extorsión y la difamación como arma contra la opinión adversa. Ninguno se ha propuesto subvertir un colectivo aldeano, sin idea de autoridad y legalidad. No les interesa exterminar la impunidad de las élites ni garantizar un estado de derecho.

La lucha extraordinaria de los 60 y 70 se diluyó en las transacciones de las décadas subsiguientes. Los cadáveres se ocultaron bajo el alud de conversos, oportunistas y mentirosos. Es uno de los momentos cruciales de la vida republicana. Las ofertas éticas e institucionales son imposibles. Pero pretenden definiciones y quien no opta por las ofertas miserables se convierte en marginal. Hoy no es válido el «defínase compañero». La definición implica complicidad.

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