Sin hacerse ilusiones

Sin hacerse ilusiones

Para emprender un estudio del “estilo de vida” vigente en el mundo sería conveniente elaborar una lista de los rasgos principales que caracterizan nuestra época. La enumeración de esas notas serviría de “recordatorio-menú” para examinar los asuntos conjuntamente. Aglomeraciones urbanas, contaminación ambiental, son dos problemas que han ido creciendo lentamente hasta hacerse “físicamente comprobables”. Pero la lista a la que me refiero atañe, fundamentalmente, a nuestra conducta, opiniones y sentimientos: “desconfianza general” que abarca banqueros, sacerdotes, políticos, policías, farmacéuticos; proliferación de “analfabetos cultos” por efecto de los medios de comunicación audio-visuales; disminución del aprecio público por los ancianos; culto del cuerpo y auge de los gimnasios, masajes y dietas; violencia social y política.

El reino del entretenimiento es actualmente “un país sin fronteras”. Las agencias noticiosas cubren los sucesos del mundo del cine, las modas de vestir, los espectáculos musicales; todos los periódicos difunden las andanzas de artistas populares, sus casamientos y “adicciones”, sea a las drogas o a los “deportes extremos”. La televisión por cable, los servicios de “Internet”, permiten que todo cuanto ocurre sea conocido de manera inmediata, dramática y visible. Hay un contexto local en el cual habitamos y trabajamos; y otro contexto universal o global en que “vivimos” comunalmente, flotando en una existencia virtual. Participamos, simultáneamente, de dos mundos superpuestos.

Ninguno de esos dos mundos, contiguos e interdependientes, nos inspira respeto ni entusiasmo. Percibimos que de ellos “supura” una esencial injusticia. Los procesos contra políticos malversadores de fondos públicos son aplazados o sobreseídos. En el mejor de los casos, reciben condenas benignas, de cumplimiento “domiciliario”. Un delincuente común puede “residir” en una cárcel como si estuviese hospedado en un hotel de cinco estrellas. Un narcotraficante –en cualquier país– puede ser condenado por un tribunal y conservar sus bienes mal habidos.

Sufriendo “la inseguridad ciudadana” y la “impunidad de los criminales”, transcurre la vida en las ciudades contemporáneas. Cada cuatro años las campañas políticas desatan encuestas, agitación, controversias. El público trata, mañosamente, de sobrevivir a espantosas “patanas musicales”, bandereos callejeros y discursos vacíos. Todo ello financiado por el Estado, sin que exista una “ley de partidos”. No debe extrañar que el hombre común esté “curado de espanto” y viva sin hacerse ilusiones.

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