Sin novedad

Sin novedad

La secuela del horror se repite. Es onda expansiva que por momentos pierde el primer lugar en el espectáculo frívolo de la piedad efímera, de la indignación de pasarela. El esquema archi conocido de atribuir el crimen y el delito a un grupo social con fenotipo, origen social, geo ubicación, coincidencia etaria, está más que desprestigiado pero su uso convence, entretiene y quizás lo peor, tranquiliza. Las cifras hablan, el resultado de las investigaciones devela y rebela, pero mejor repetir sandeces hórridas, para ganar interjecciones y mantener complacencias. Aunque, en aras del respeto a la opinión distinta, siempre Campoamor tiene la respuesta porque “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira todo es según el color del cristal con que se mira”. Y procede, para repeler el boom de la “post verdad” que no es más que decir mentiras, crear bulos, amarillismo, injuriar, pero valgan los odres nuevos.
Los hijos de José Trujillo Valdez -Pepito- pertenecían a un grupo de facinerosos. Cuatreros, estafadores, estupradores, homicidas. Fueron el azote de una comarca. Se conocían como “La pandilla de Pepito”. Uno de los pandilleros, después del desempeño de las más disímiles labores, atendió el llamado del Gobierno interventor y solicitó su ingreso a la Guardia Nacional- 1919-. Continuó la práctica delincuencial con rango y, a partir del 1930, se convirtió en amo de la República. La descendencia reconocida o legitimada de los pandilleros de Pepito fue reincidente. Las tropelías atribuidas a la ganga familiar, son antológicas. Con talante distinto, gracias a la riqueza y al poder acumulado, sin dientes de oro, con aceptación social, alabarderos por doquier y con visión cosmopolita, la prole del sátrapa actuaba como una asociación de malhechores, tal y como consigna el artículo 265 del Código Penal. No hubo heredad ni integridad a salvo. Naturalmente, sin publicidad. “El Caribe” y “La Nación” no expondrían jamás a esos pandilleros mientras ejecutaban sus crímenes y menos en el disfrute de sus orgías. Las hazañas de los lugartenientes de “El Jefe” también fueron propias de pandilleros. Crueldad máxima exhibían mientras recibían el aplauso de los serviles.
Sin tatuajes ni reguetón las pandillas han existido siempre. Cambian nombres, estilos, ofrecen testimonios estremecedores y dejan atónitos a los analistas porque existen en cualquier sociedad.
La década de los 60 del siglo XX es cantera para aprender los efectos de la contracultura. Sin Internet, con barcos transportando la carga que nos acercaba al mundo, las nuevas publicaciones se esperaban con entusiasmo. Un grupo de jóvenes comenzó su osada estada en las universidades francesas, belgas, soviéticas. Relaciones políticas influían para la salida del país, algunas traumáticas y violatorias de los derechos fundamentales, otras, producto de sacrificios familiares y de la apuesta por el crédito educativo. El fenómeno de “les blousonsnoirs” fue comentado aquí al mismo tiempo que el mayo francés. Preocupaba la coincidencia a sociólogos y antropólogos. Algunos temían que esos pandilleros afectaran las reivindicaciones estudiantiles. Un texto que pasó de mano en mano, publicado por Cujas en 1966, contenía el resultado de una investigación realizada por el Centro de Estudio de la Delincuencia Juvenil de Bruselas: “Les BlousonsNoirs. Un Phenomene Socio Culturel de Notre Temps”. Podría plagiarse, con la advertencia sobre los derechos de autor. Detalles más, detalles menos, “cest la meme chose”. Los golpes en el pecho ahora los provee la información de las pandillas asesinas que actúan en El Bronx. Para azuzar la desvalorización que nos signa, esa que se resume en “solo pasa aquí”, “tenía que ser dominicano”, queremos la propiedad de esas gangas. Aquí tenemos las propias, analizada su estructura y funcionamiento por la Dirección Central de Manejo de Grupos en Conflicto con la Ley (Antipandillas) y por organizaciones de la sociedad civil. La lectura de los informes desmitifica, ayuda a comprender el motivo de su existencia. Muchachos y muchachas de toda ralea. Blanquitos, negros, ricos, pobres. Los Trinitarios de El Bronx son de El Bronx, como no son nuestros los de España. Los nuestros están aquí.

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