Sin OEA ganaremos la pelea

Sin OEA ganaremos la pelea

La creación de la OEA en Colombia en 1948 provocó un brutal derramamiento de sangre. La explosión social que siguió al asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán, conocida como El Bogotazo, marcó el camino por el cual esa organización se conduciría. Auspiciada por el general George Marshall, Secretario de Estado de Estados Unidos, fue establecida, de hecho y de derecho, con lineamientos antidemocráticos.

Desde entonces, los cadáveres de los humildes latinoamericanos se cuentan por decenas de millares sin que la OEA los tome en cuenta ni se entere del sufrimiento de nuestros pueblos bajo el imperio que surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

Las violaciones impunes a los objetivos de ese organismo internacional empezaron por Costa Rica cuando Figueres, con su Legión del Caribe, desplazó al socialcristiano Picado. Sin terminar ese año 1948, ya se estaban dando golpes de Estado flagrantes en Perú y Venezuela llevando a Odría y Pérez Jiménez a gobernar dictatorialmente.

Mientras, la OEA dormía plácidamente sobre un mullido colchón que Estados Unidos le había preparado en Washington. Las violaciones a los fundamentos democráticos se sucedían en serie con una eficiencia que Henry Ford envidiaría. La Guerra Fría tomaba cuerpo en los 1950 con los cuartelazos en Haití y Cuba. Estados Unidos aprovechaba esa inercia para formalizar el estatus colonial de Puerto Rico a través de un “Estado Libre Asociado”. Golpes de Estado tuvieron lugar en Guyana, Guatemala, Paraguay, Brasil, Argentina y Haití. Entonces, en 1959, llegó la Revolución cubana y mandó a parar.

Pero los cuartelazos continuarían durante la tétrica década de los 1960, dos en Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras, República Dominicana, Brasil y Guyana. En 1965, Estados Unidos retomó su torpeza imperial e invadió República Dominicana con más de 42,000 militares y todo el poder con que contaba. La OEA, en vez de condenar al agresor, se convirtió en el condón que protegería la invasión estadounidense. Creó mediante forceps una Fuerza Interamericana de Paz con la complicidad de cuatro dictaduras que disfrazarían de coalición la violación a la soberanía e integridad territorial dominicanas. La década cerró con el Royal Dutch Army ocupando militarmente a Curazao mientras la OEA miraba hacia otro lado.

Los años 1970 no se quedarían atrás con la brutal represión en Trinidad y Tobago, y los golpes militares en Bolivia, Haití, El Salvador, Guatemala, Chile, Uruguay, Perú, El Salvador, Honduras, Bolivia y Argentina (con 30,000 desaparecidos a través de las operaciones Cóndor y Murciélago). La OEA, por lo menos, debió aparecer cuando Gran Bretaña, basada en el poder de Estados Unidos, reforzó su ocupación de las islas Malvinas con descomunal fuerza militar. Menos se involucró al año siguiente cuando Estados Unidos invadió Granada y luego a Panamá, asesinando a todo aquel que osara defender su soberanía e integridad territorial. Más tarde, junto con Francia, Estados Unidos ocuparía militarmente Haití y tropas colombianas atacarían impunemente el territorio ecuatoriano. Pero la OEA seguía teniendo el sueño pesado.

La OEA protegió durante décadas, mientras fueron útiles a los planes de dominación de Estados Unidos, a los peores tiranos del continente como Trujillo, Somoza, Stroessner, Duvalier y Pinochet. Asimismo, conspiró y colaboró con la CIA para deshacerse de ellos cuando se convirtieron en material desechable.

Ahora surge esperanzadora la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que agrupa a los países del continente para defender los intereses individuales y colectivos del continente, excluyendo a Estados Unidos y a Canadá. Con estos fundamentos históricos recordamos que la OEA forjó una larga cadena de 63 años de traiciones a los pueblos del continente. Bajo su complicidad se han perdido centenares de miles de vidas de seres humanos. No en balde se ganó el adecuado nombre de Ministerio de Colonias de Estados Unidos. Ahora, sólo es un cadáver insepulto que se descompone rápidamente dejando, para la historia, un rastro repugnante de indignidad.

Definitivamente, América Latina está cambiando. Lástima que Estados Unidos no haga lo mismo y persista en aferrarse a las aspiraciones expansionistas con que fue fundado en 1776. El surgimiento de una nueva América Latina encuentra expresión fidedigna en la CELAC que, en lo adelante, discutirá sus problemas tratando entre iguales, sin un imperio que los humille.

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