Sin plantas de carbón Gobierno se presentará débil

Sin plantas de carbón Gobierno se presentará débil

El fiasco nacional que ha sido el proceso de reforma de la empresa pública, especialmente en el sector eléctrico, puso en manos privadas las riendas de la energía del país, sobre el sofisma neoliberal de “menos Estado y más mercado”. Partiendo de ahí se le vendió a este pueblo que el empresariado se haría cargo de las inversiones necesarias en generación, distribución y comercialización eléctricas, cosa que no ha ocurrido y por el contrario hemos visto años tras años un esquema perverso mediante el cual se privatizan los beneficios y se estatizan las pérdidas y los déficits.
Durante mucho tiempo se esperaba con ansias la oportunidad de abordar con responsabilidad el triste estado de cosas que para la nación dominicana ha significado la operación del parque de generación por parte de un cartel, que sobre la base del chantaje, la manipulación y la indescartable cooptación, ha sido capaz de imponerse por encima del deseo de un país de contar con un servicio de electricidad que se corresponda con el de una sociedad posmoderna. Claro está, esto ha sido posible gracias al apoyo de una clase política que aún no entiende o no quiere entender cuan necesario es para el desarrollo del país resolver la crisis eléctrica.
De materializarse la funesta decisión de vender las plantas de carbón de Punta Catalina, el Gobierno dominicano se presentaría con las manos vacías a los procesos de adquisición de energía y potencia, tanto de los ya vencidos acuerdos de Madrid, así como de los nuevos megavatios que necesariamente deberán ser licitados en no muy lejano tiempo. Sería como ir a la guerra sin armas para defenderse, pues ¿qué podrá presentar el Estado al cártel de generación como elemento persuasivo en caso de los generadores pretender prolongar su molestoso estado de beneficios irritantes? La respuesta es: nada.
Dicho esto, nos atrevemos a afirmar que con las plantas de Punta Catalina en manos del sector privado, estaríamos nueva vez dándole la razón a don Giuseppe Tomasi di Lampedusa cuando digo en su obra el Gatopardo: “Que todo cambie, para que todo siga igual”.

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