De acuerdo a parámetros tradicionales, que no siempre resultan justos ni equilibrados, las sociedades están acostumbradas a formarse ideas sobre personajes y figuras, pretendidamente sobresalientes, por el historial o recuento de sus obras y también en gran medida por lo que se ha dicho de ellos.
Pero resulta que sin estridencias, calladamente y sin proponérselo, sólo siendo auténticas en su actuación, hay personas que alcanzan singular dimensión, reconocimiento y admiración con la fuerza que sólo provee la espontaneidad.
El gran tributo, con muestras de consternación, anécdotas y emotivos testimonios durante el funeral de Rita Cepeda, llamada y querida por todos como mama Rita, es un vivo ejemplo de cómo la preeminencia y el aprecio no dependen necesariamente de linaje, alcurnia o títulos académicos.
No habiendo tenido oportunidad de grandes estudios, porque por amor y vocación prefirió concentrarse en el cuidado de su hogar y de sus hijos, tenía el don natural de levantar el ánimo a los deprimidos que llegaban a sus puertas o que la llamaban por teléfono.
Exponente de proverbial alegría, ante la frecuente pregunta de cómo se encontraba, respondía siempre con un bien sonoro, reiterado y expresado con tal fuerza y convicción que ante sus interlocutores lograba el poder de un poderoso antidepresivo.
Conocedores de ese provechoso influjo, hasta doctores amigos la llamaban o acudían a ella cuando por cualquier circunstancia se encontraban abatidos.
¿Qué poder tenían las expresiones positivas de esta mujer de extracción humilde para producir tales benéficos efectos frente a personas que, a pesar de su intelectualidad y de su formación académica, no contabas con medios propios y efectivos para contrarrestar, fuera de recetas y medicamentos, sus debilidades ante los golpes que de tiempo en tiempo suelen estremecernos, llegando en ocasiones extremas a pensar que estamos perdidos, que todo se ha acabado, que estamos en un callejón sin salida?
La respuesta frente a esta interrogante quizás reside y podría explicarse en que mama Rita se había graduado con honores en la universidad de la vida, que las dificultades vividas templaron su espíritu y, en lugar de producirle amargura y frustración, la capacitaron y blindaron para salir adelante. Si esta es la interpretación correcta, tenemos que convenir entonces que esto lo logró porque no estuvo sola, sino que tuvo la dicha de contar con Papa Mon como amigo, compañero y profesor, porque la forma en que éste enfrentaba la vida, era también una provechosa enseñanza que inspiraba una admirable fortaleza en lugar de debilidad o una actitud quejumbrosa.
Habiendo pasado por períodos sumamente difíciles, pues tuvo 19 partos cuando la familia enfrentaba precariedades propias de la época, nunca se dejó doblegar por la desventura, gracias a la reciedumbre de su carácter y su temple personal, dotado de una capacidad poco común de evadir el desánimo y el decaimiento que agobian a tantos mortales
Son muchos los episodios que podrían citarse para ilustrar o recrear este tema, que bien podría servir de ilustrativa base para un libro de superación personal, de esos que abundan en la literatura actual con recomendaciones muy atinadas, pero que no siempre son extraídas de experiencias auténticas.
Concluido el novenario, donde coexistieron con respeto y tolerancia cultos católicos y protestantes, el tributo final fue de alegría, haciendo cosas que serían del agrado de la querida extinta, viendo sus flores y recreando el ambiente de comida y ánimo positivo que ella siempre mostraba a sus visitantes, cautivados por el influjo de su personalidad, que mostraba y transmitía sin esfuerzo y con gran naturalidad.