La delincuencia callejera y contra domicilios y los comportamientos sociales violentos también comprendidos en la criminalidad, están pasando a señales alarmantes de recrudecimiento a partir del desamarre para actuar y trasnocharse que deviene del cese creciente de aplicación de toque de queda.
El país se libera paulatinamente de riesgos sanitarios, llevando a expresiones mínimas los contagios y las hospitalizaciones a causa del virus SARS-CoV-2, una tendencia para regocijarse y aplaudir a las autoridades y a la mayoría ciudadana que a ellas corresponde vacunándose, y manteniendo una demostrada y saludable adhesión a las mascarillas, y a la tercera dosis a la que el presidente Luis Abinader atribuye salvación de muchas vidas.
Con lo que no se contaba, probablemente, es con el efecto secundario de la permisividad para circular a deshoras, convertida en estímulo para moverse fuera de techos para saludables fines en ejercicio de libertad de tránsito, pero también para que no pocos malandrines dispuestos a matar y a violar domicilios, vayan a la carga sobre la gente de vida correcta expuesta en vías públicas o resguardada en hogares y establecimientos a las vilezas ajenas.
Los malhechores de toda laya han pasado a disponer de un derecho a desplazarse que facilita sus fatídicas andadas. Van cesando las que en su momento eran necesarias y protectoras inmovilizaciones, reduciendo a la nada, prácticamente, el temor a ser interceptado por un patrullaje que requiriera explicaciones por transitar en horas prohibidas.
Se descubre por voces diversas que en algunos barrios los agentes no se atreven a penetrar y se percibe que la peligrosidad para pacíficos transeúntes y moradores está mucho menos sujeta a horarios, señal de que ha emergido una disminución de presencia para protección al orden público; que escasean patrullajes enfocados en perfiles de individuos, generalmente motorizados, sobre los que deben mantenerse muy abiertos los ojos aunque no haya toque de queda.
Enfocado también en las áreas urbanas críticas que estadísticamente se revelan como las de mayor incursión de delincuentes. Dejemos a un lado las reuniones con fines mediáticos con juntas de vecinos y procédase a abrir canales de comunicación permanente y discretos con vecindades para escuchar sus denuncias sobre las tropelías y pillajes más comunes. Cerrarle el paso a los antisociales no debe tener expiración ni treguas.
La delincuencia más ducha, continuamente manifestada por un alto índice de reincidencias en República Dominicana, obliga a los cuerpos policiales a estar pendientes de los índices de criminalidad y encasillamientos que son posibles porque se sabe que la gran mayoría de los criminales tienden a cometer un mismo tipo de delito, en unas mismas jurisdicciones, para practicar unos mismos despojos y que, con toda seguridad los nombres de ellos no podrían aparecer entre quienes voluntariamente hicieron entrega de sus armas de fuego mal habidas.
La astucia y tenacidad de los delincuentes desafían la profesionalidad y persistencia de los hombres y mujeres de la ley. Estos no deben ser superados en eficacia por los enemigos de la sociedad.