Es notable cómo casi todos vamos por la vida sin saber muchas veces a dónde ir y cuando más o menos hemos imaginado nuestro camino, se nos dificulta cómo podemos llegar. Por esta razón casi siempre andamos a la deriva de nuestras metas.
Cuando se anda con sentido, es cuando se tiene la auténtica y mejor dirección. Tener una dirección es la mejor orientación para llegar a la meta deseada. El peor de los males es andar por la vida sin saber hacia dónde se dirige. No hay nada más triste que personas que andan en la vida sin un propósito definido con principios y valores.
Por lo general, la juventud es una etapa en la cual debemos plantearnos ciertas interrogantes básicas: ¿A dónde quiero llegar? ¿Qué debo hacer para lograrlo? Este es uno de los problemas trascendentales en la vida de los jóvenes, saber plantearse metas de vida, objetivos factibles y alcanzables, sueños de vida que pueden hacerse realidad y mediante ellos sentir la realización plena.
Por lo cual, es nuestra responsabilidad como padres, educar para dar un verdadero sentido a la vida. A nuestros hijos es vital ponerles indicadores para que aprendan a discernir desde temprano, a reconocer cuál debe ser la dirección que debe llevar su vida. Hay que señalizar con indicadores claros, dónde hay un “pare” en la vida, en cuál dirección se puede ir y en cuál no, dónde hay que girar a la derecha y dónde hay que hacerlo a la izquierda, cuál es la vía para llegar a un determinado destino.
Es famosa la expresión: “nunca hay viento favorable para quien no sabe hacia dónde navega”, y lo cierto es que esta necesidad de ir, aún sin tener claro el sitio, es parte de la realidad humana. Pero el riesgo de ponerse a caminar sin rumbo –o siguiendo ciegamente el que nos dieron otros– es terminar en un lugar muy distinto al que hubiésemos querido ir, a veces incluso sin posibilidad de regreso.
Lamentablemente, en este tipo de sociedades no hay las necesarias orientaciones, y por eso la mayor parte de las cosas en la vida se convierten en un montón de elementos desordenados que están, sencillamente, ahí. Siempre he pensado que la calle es un lugar muy propicio para saber cómo es y cómo anda nuestra sociedad. La calle es el lugar común de todos y de todas y en ella se manifiesta la imagen de nuestra sociedad: el progreso que tenemos, la limpieza que existe, el orden al que hemos llegado, el respeto que tenemos al otro, el sentido ciudadano de nuestro comportamiento. Así comprobamos cómo aumenta cada día el desorden en nuestras calles: conductores que van contra vía, intersecciones de calles que se cruzan según la ley del más fuerte, personas que cruzan la calle por cualquier lugar, y lo peor es ver cómo andan sin ni siquiera tener su esquema mental de hacia dónde van, y esto es lo que le enseñamos a nuestros hijos… cuando ven que en la misma esquina aún no sabemos si vamos a doblar o seguir derecho, que no somos capaces de poner una direccional para indicar nuestro siguiente paso, porque ni nosotros mismos sabemos cuál va a ser… Muy triste, una cruda realidad muy triste! Y ese ejemplo nuestro es el que habla…
La mayor dificultad no reside en reconocer, sino en otros dos aspectos, el primero es el que ya hemos dicho: decidir. “Yo soy un padre y he decidido serlo bueno”, normalmente no nos tomamos el tiempo para llegar a esas decisiones, solo nos montamos en el autobús sin saber hacia dónde se dirige.
Es importante que consideremos tener un proyecto de vida, eso es decidir cómo vivir aquí y ahora, no es pensar qué quiero ser en unos años o mañana. Significa tener claro qué quiero hacer con lo que soy hoy y hacerlo; tomar el autobús que se dirige al destino que hemos elegido, no montarnos en cualquiera a ver qué pasa.