Sin servicios, ¿hay competitividad?

Sin servicios, ¿hay competitividad?

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Cuando escuché por primera vez el nombre de Alexander Graham Bell jamás imaginé lo importante que ese señor llegaría a ser en mi vida. Y es que, con nueve o diez años, ¿a quién podría importarle demasiado lo que había hecho alguien que nació en 1847?

Por aquella época, como casi nunca hablaba por teléfono, para mí Graham Bell no era más que parte de una asignatura del colegio. Poco después, sin embargo, llegó a ser un héroe: su invento del año 1876, sobre todo cuando estuve en la adolescencia, ha terminado siendo vital para mi existencia.

Con una parte de la familia en el exterior y tantas cosas que hacer como para poder ir a visitar parientes y amigos, el teléfono ha venido a ser la vía de contacto por excelencia (que me perdonen los adictos a la tecnología pero jamás la frialdad de un e-mail podrá reemplazar la calidez de la voz de un ser querido).

Por otro lado, si pensamos en el teléfono como un servicio y una necesidad, tenemos que este es uno de los aparatos más útiles de todos los que usamos: con sólo una llamada podemos resolver muchísimos problemas y, precisamente por ello, ha terminado siendo imprescindible en nuestras vidas.

Pero es a nivel empresarial y comercial, sin embargo, cuando el teléfono se torna en un elemento vital: ningún negocio que se precie de tal, o quiera intentarlo, puede funcionar sin un teléfono. Tampoco sin energía eléctrica.

Contar con estos prioritarios servicios, sin embargo, es una odisea en esta república tan bananera como desordenada. Para muestra, les voy a contar a grandes rasgos el caso de alguien muy cercano que ha decidido montar un negocio.

Para comenzar, y tras hacer unas reparaciones en la casa en la que se instaló, llegó el problema de la energía eléctrica: solicitar el contrato, esperar que le cambiaran el contador, que se equivocaran con la tarifa que le pusieron, que verificaran el error, que le cobraran de más en la primera factura que le mandaron, que los técnicos volvieran a chequear el contador, que le pusieran otra reclamación… en fin, varias visitas, algunas con éxito y otras con desesperación a las oficinas de Edesur, para ver cómo al final se resuelven las cosas  algo que hay que esperar, como siempre.

Pasando al teléfono, que era el tema que me ocupaba originalmente, entrar en este proceso ha sido una verdadera esclavitud. Me explico: tras esperar que le fueran a poner el servicio durante todo un mes (prácticamente sin moverse del lugar), los técnicos de Codetel nunca aparecieron.

Las explicaciones para ello fueron muy variadas: primero, aunque la casa está en Los Prados y allí hay líneas de teléfono desde hace al menos cuarenta años, le dijeron que en el sector no había líneas y no era posible conectarlo; después confirmaron que sí había, dijeron que irían en tres días y nadie apareció aunque hicieron un reporte de que no había condiciones para la instalación (y eso que hasta hacía muy poco había un teléfono allí); y más adelante tan sólo abrieron una nueva reclamación, aseguraron que irían pero jamás se aparecieron.

Cuando uno ve todo esto, y sabe que al pagar el contrato en Codetel dijeron que instalarían el teléfono en cinco días, uno piensa en lo que es esa compañía en la memoria de casi todos los dominicanos: un sinónimo de servicio, eficiencia, calidad, rapidez y garantía.

Tal era la tradición de esa empresa, que fue por ella que pensamos en que la capitalización de la Compañía Dominicana de Electricidad sería un éxito: así, como funcionaría igual que Codetel, estaríamos en la gloria.

Con la realidad demostrándonos que no fue así y con una compañía de teléfonos que al parecer no funciona como antes, vemos que el asunto de la competitividad no es más que una de esas teorías bonitas que le gustan al gobierno. Porque, ¿cómo puede ser competitivo un país en el que ni siquiera los servicios básicos estén garantizados? ¿Puede lograrlo alguien que necesite de seis meses a un año para arrancar un negocio? Que alguien responda.

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