Sin temor
Memoria del carnaval dominicano

<STRONG>Sin temor<BR></STRONG>Memoria del carnaval dominicano

Mueven sus cinturas. La masa humana se agita con las notas de ese merengue que ya es historia. Un grupo de chicos con caras pintadas sube el malecón.  Uno, con un antifaz, desvía la vista para mirar a una hermosa mulata que agita los brazos y contonea el cuerpo.

El malecón de Santo Domingo ha sido tomado. Y no se trata de una guerra, mucho menos de una amenaza o protesta. Es el carnaval. Y el carnaval es música, colores, ritmo, sabrosura, disfraces, risas y cantos con el pecho abierto, a todo pulmón. Los diablos cojuelos logran modificar todo el entorno. “Corre, corre”, dice una chica mientras uno agita un látigo. La gente ríe. Atrás ha quedado la crisis económica que azota al mundo, los problemas políticos, las últimas declaraciones del Jefe de la Policía sobre otro de esos asuntos que debe ser combatido con todas a las fuerzas. Atrás ha quedado todo eso, al menos por hoy. Sol, calor, emoción. Aquí no importa edad o gustos. Los amigos se reúnen en una esquina, la niña se acomoda en los hombros del padre. Un niño de unos 12 años se para en puntas de pie para ver pasar una comparsa. Cada quien quiere hacer historia. Parecería que las tarimas no serán capaces de aguantar las palmadas de quienes las pueblan. Pero no es así. Todos pueden, todos quieren, todos saben. El malecón se convierte en una postal: la calle desde un extremo a otro, es una pasarela gigante de trajes, rostros reinventados, pelucas, colores estridentes, ojos desorbitados o labios superpuestos.

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