Sin trompeta y sin clarinete

<p>Sin trompeta y sin clarinete</p>

SERGIO SARITA VALDEZ
Contaba mi abuela que en un tiempo muy remoto, cuya fecha exacta escapaba a su golpeada memoria, existió un pueblo acostumbrado al canto de las aves y del viento al soplar las hojas de los árboles, a quien el hada del bien le destinó dos infatigables, abnegados y despiertos hombres, cada uno de los cuales tenía distintas funciones asignadas. Esos individuos tenían grandes responsabilidades sobre sus hombros de cuyo cumplimiento dependía la seguridad, el bienestar, el desarrollo y el futuro de la nación.

El poseedor de la trompeta debía tocarla cada vez que se hiciera necesario convocar a una membresía organizada a manera de un ejército civil, a fin de realizar importantes tareas políticas necesarias para consolidar el gobierno del bienestar común. Nadie faltaba al llamado del trompetista y todos de una forma entusiasta laboraban sin desmayo hasta completar cada uno de los trabajos pendientes. La población elogiaba la disciplina, el empeño y la eficacia con que dicha hermandad llevaba a cabo su labor colectiva.

El clarinetista ensayaba a priori las partituras con mucho esmero y amor. Generalmente el pueblo iniciaba el canto y el clarinetista lo acompañaba sin desafinar ni un segundo, por lo que la melodía siempre solía representar el sentir de la colectividad y por ende, al estar en total sintonía con los anhelos populares terminaba siendo del agrado de todos. Cuando el espíritu patriótico no se oía, o había tristeza y desaliento en el seno del pueblo, nuestro artista tomaba entre sus manos el maravilloso instrumento, seguido lo ponía entre sus labios y empezaba a soplar logrando sacar al aire ensoñadoras notas musicales.

Sentarse a escuchar los conciertos creados y ejecutados por tan formidable músico era una de las experiencias placenteras que nadie quería perderse. Las angustias y los sinsabores desaparecían rápidamente dando paso a un nuevo estado emocional cargado de esperanzas, ilusiones y bellos sueños futuristas. El carácter del hombre del clarinete era reflexivo, pausado, respetuoso, cortés, amable, conciliador y sin ímpetus.

Estos gemelos en esfuerzos y dedicación, a quien el hada buena encomendó trabajar juntos para la felicidad y progreso nacional, estaban conscientes de lo fundamental e indispensable de su oficio para mantener el equilibrio y avance social del país. La gente confiaba a ciegas en la conducta y ejecutoria de estos excepcionales hijos del arte musical.

Un día cualquiera en que el hada del bien dormía su siesta, se coló el hada maligna en aquella prospera nación, y sin que nadie se percatara de su presencia logró convencer al buen hombre de la trompeta de que arrebatara el clarinete a su compañero de música de viento. La población no acababa de despertar de su asombro, puesto que nadie en su sano juicio, podía imaginarse a dos intérpretes que habían conformado un maravilloso dúo que llevaba décadas caracterizándose por la mas completa armonía, capaz de competir con la que pudieran tener las mejores sinfonías de Mozart o las sonatas de Beethoven, fueran capaces de lanzarse a una extemporánea y brusca contienda, justamente ahora que era un momento critico de la vida de su país, cuando pudieron esperar a que despertara el hada del bien y se le hicieran los planteamientos de lugar.

A nadie quisieron escuchar, se enfrascaron en una lucha fratricida en medio de la cual rompieron el clarinete y la trompeta, perdiéndose de esa forma la capacidad de convocar de una manera efectiva, expedita y entusiasta a un pueblo que hasta entonces les venía profesando admiración y respeto.

Rota la trompeta ya no tuvo el pueblo esa gran organización civilista y disciplinada, con vocación de servicio, la que ayer solía reunirse sin esfuerzo con solamente escuchar a su trompetista favorito. Tampoco siguió deleitándose de los encantos de su prodigioso clarinetista. Hasta las aves habían dejado de cantar; no aparecía un ruiseñor ni en los centros espiritistas. Lo que se oía por valles y praderas eran el berrido del ganado, el rebuzno asnal, el relincho de los caballos, así como el balido de las descarriadas ovejas. Habíamos regresado al modo de vida nómada y caótico del sálvese quien pueda.

Nuestra inolvidable y dulce abuelita concluía su cuento con la siguiente moraleja para sus nietos: unidos y acoplados lograrán alcanzar la gloria eterna; separados y belicosos llegarán a las puertas del infierno. En ustedes está decidir lo que prefieren. El pueblo con su infinita sabiduría observa vuestra conducta y espera en que el hada buena le asigne músicos amantes de su arte, capaces de darlo todo por congéneres a cambio del único placer de servir a los demás.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas