Sina Cabral o la dignidad

Sina Cabral o la dignidad

Desde antes del 16 de mayo del año 1930 hubo resistencia. Los aprestos del brigadier Trujillo,  en procura de principalía disgustaban a muchos. Aquel “no puede ser” fue presagio. El militar más poderoso del país, apoyado por intelectuales y por lo más selecto de la sociedad de entonces, temprano demostró que la sangre le atraía. Sólo los alabarderos, los ingenuos y los cómplices, no quisieron admitirlo y justificaban las tropelías. Resistencia y represión iban de manos, el arrojo público y temerario fue convertido en cadáver. Razia contra familias, como el caso de los Perozo, los Patiño, los Bencosme, tornaba la rebeldía en prudencia. “Chapita” atemorizó desde el principio pero también supo comprar, seducir, tentar. La debilidad de sus pares era su fortaleza y la transformó en genuflexión.

“El bizarro general”, “líder de los nuevos tiempos”,  no engañó a nadie. El rumor público comentaba el origen y hazañas de él y sus hermanos. Estupros, estafas, abigeato, acompañaban la prole. La mayoría prefirió quedarse con las “virtudes” del telegrafista y guarda campestre, con ese  saber medrar para conseguir. Aprendió mucho y pronto de las tropas interventoras, la disciplina y obediencia catapultaron a este hombre, tan igual y tan distinto al común de los dominicanos, como afirma de Francisco Franco, José María Carrascal: paciente entre impacientes, metódico entre desordenado, perseverante entre inconsecuentes…más amante de los toros y de la caza que de la lectura o la música… 

Cincuenta años después, pena de la vida a quien arguya la imposibilidad de resistir porque hubo y muy digna. Los partícipes del festín sospechaban, intuían, presentían, que algo andaba mal, pero seguía el fandango porque preservar la vida es un derecho. Por eso la traición fue norma, las familias se quebraron, la amistad era un lujo, la desconfianza costumbre. Padres descubrían que sus hijas podían ser salvoconducto, madres y esposas olvidaban el pudor y anhelaban la fragancia de guerlain en su cuerpo, porque en lugar de deshonra ganaban méritos. Los hijos adulterinos se multiplicaron, la infidelidad fue rutina para procurar patrimonio y salvación.  Tarde muy tarde se percataron que no podía seguir la fiesta y conformaron la resistencia tardía y coyuntural.

La resistencia antitrujillista fue disímil. Hubo una resistencia digna, silenciosa y permanente. Esa de la mecedora que desechó las ofertas, soportó las ofensas,  usó la sala de la casa como fortaleza y se mantuvo incólume durante tres décadas. Existió la resistencia ideológica, con propuestas, sus hitos: Cayo Confites, Luperón, Constanza, Maimón Estero Hondo. A partir del 1959 la militancia arrecia, tiene el ejemplo de la inmolación, hay dirigentes y organización. La vesania de la tiranía fue extrema, la persecución constante, sin fábulas ni defensores,  ahí encontramos a Tomasina Cabral Mejía.

Con gallardía resistió sin claudicar, presa política por antonomasia, exiliada por necesidad,  decorosa por convicción. “Siempre he mantenido que el peor crimen de la dictadura fue rebajar en su dignidad a todo un pueblo y postrarlo a sus pies (SC).” La condenada a 30 años de trabajos públicos y al pago de 600,000 pesos, no ha hecho del dolor una pancarta, ella cuenta e imputa, nombra y recuerda. Y cuando menciona a  Altagracia Gil, como la única amiga que se atrevió a visitarla en la cárcel, sabe el significado de lo dicho.

Vallenilla Lanz, ministro del gobierno de Pérez Jiménez, entre el espanto y la admiración calificó a Trujillo como un barbitúrico. El ácido barbitúrico adormece y crea adicción. Hoy, la desintoxicación se impone. Difundir  historias como las de Sina Cabral, es obligación. Digna hasta en las evocaciones más terribles, ella pertenece al selecto y minoritario grupo de resistentes y militantes del antitrujillismo ideológico que no ha participado en el mercado de la gloria, en ese regateo para ocupar un puesto en el altar de la patria. No lo ha hecho porque tiene ese lugar garantizado por mérito propio, sin exponerse a la pública subasta, al cheleo que procura títulos heroicos para cobrar,  a un Estado espléndido y concupiscente, aquello que una vez fue idealismo y sacrificio.

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