Si alguien inicia un diálogo con la expresión “voy a ser sincero” podría estar preparando el escenario para introducir una mentira en cualquier confesión o importante declaración. Lo mismo ocurre con los que pasan falsedades como buenas y válidas acompañándolas de una o varias realidades, engañando con elegancia a sus interlocutores o al público en general, portándose como medio mentirosos o medio confiables y, luego de ser desenmascarados por los hechos, quedan siendo solamente hipócritas o farsantes a quienes nadie cree.
Sin embargo hay muchos de ellos que, al concluir su fracasada actuación, asumen el papel de locos o cómicos y se desbocan con declaraciones sensacionalistas para luego decir “fue jugando”, “eso fue una broma” o “no me hagan caso, que yo soy así”.
El más famoso o notable de nuestras figuras públicas con esas características es el ex presidente Hipólito Mejía, quien se ha esforzado por mantener vigencia y/o liderazgo en nuestra política vernácula, manteniendo una debilitada popularidad sustentada en sus salidas jocosas que ya casi no hacen reír a nadie, porque el pueblo se ha cansado de la falta de seriedad de sus líderes, la mayoría corruptos y mentirosos, exhibiendo una actitud y participación más activa para garantizar un presente más soportable y un futuro más prometedor que lo que hemos vivido por décadas, bajo el control de gobernantes que se han mantenido en el poder con una vergonzosa falta de seriedad.
Creo que ha llegado el momento de acabar con la supuesta sinceridad y actuar definitivamente con seriedad, si es posible, antes de que los corruptos preparen su fuga y coloquen sus fraudulentos capitales en los famosos paraísos fiscales.