La comunicadora Ingrid Gómez ha encendido las alarmas sobre una preocupante tendencia que se extiende como pólvora en los medios y las redes sociales: la normalización del exhibicionismo de la vida íntima y la tergiversación de los valores familiares.
En un contundente mensaje, Gómez expresó su preocupación por cómo algunas jóvenes comunicadoras, que poseen innegable talento, carisma y gracia, han optado por convertir en contenido público temas sensibles como los tríos, las relaciones con hombres casados y el “chapeo”, hablándolos con orgullo y entre risas.
“Muchas de estas chicas tienen talento, gracia y carisma, pero hablan abiertamente de su vida íntima, riéndose y normalizando temas que mañana pueden ser dolorosos para sus hijos”, advirtió. Además, recordó un punto crucial en la era digital: la reputación ya no solo se construye en el mundo offline, se queda registrada en línea para siempre.
Esta reflexión no es un ataque moralista, es un llamado de atención a una realidad que ya tiene consecuencias visibles. Según un informe de Common Sense Media, el 72% de los jóvenes entre 13 y 17 años creen que es «normal» compartir detalles personales o íntimos en redes sociales.
Al mismo tiempo, otro estudio de Pew Research Center revela que el 47% de los empleadores revisan las redes sociales de los candidatos antes de contratarlos, y uno de los principales factores de rechazo es el contenido inapropiado o excesivamente revelador.
¿Qué mensaje estamos enviando a las futuras generaciones?
La exhibición de la intimidad como espectáculo plantea ventajas y desventajas que vale la pena analizar.
Entre las ventajas podría mencionarse:
- Las redes sociales permiten que talentos emergentes tengan mayor visibilidad en sus plataformas, generando oportunidades profesionales y económicas.
- Algunos argumentan que compartir aspectos íntimos ayuda a construir una imagen de autenticidad y cercanía con la audiencia.
Sin embargo, las desventajas son mucho más profundas y preocupantes:
- Pérdida de la privacidad, ya que una vez que se publica, ya no se puede controlar quién accede o cómo se usa esa información.
- La falta de filtro puede tener repercusiones a largo plazo de manera integral: profesionales, emocionales y familiares. La frase “lo que hoy parece divertido, mañana puede ser un motivo de dolor para tus hijos” cobra un peso enorme.
- Al tratar temas delicados con ligereza, se contribuye a que se pierda la noción de los límites saludables en las relaciones y en la vida personal. Se normalizan las conductas destructivas.
Un ejemplo cercano es el de algunas figuras mediáticas que hoy enfrentan demandas de custodia o de imagen pública afectada por publicaciones del pasado. En República Dominicana, no es raro ver comunicadoras que, tras alcanzar notoriedad por su carisma y exposición, luego luchan para que su historia personal no afecte su carrera o su vida familiar.
La exhibición también genera una presión social difícil de sostener. Como bien señala la psicóloga María Elena Asuad, especialista en temas de salud mental:
“El problema no es solo lo que publican, es la necesidad constante de validación externa que se genera, creando una autoestima basada en la aprobación y no en la autenticidad real.”
¿Estamos olvidando el verdadero poder de la comunicación?
La comunicación es mucho más que entretenimiento: es formación, es influencia, es responsabilidad. El talento de una comunicadora debería brillar no solo por su capacidad de generar likes o viralizar videos; más bien, por el impacto positivo que deja en su audiencia.
No se trata de censurar ni de imponer una moral única. Se trata de reflexionar. ¿Qué queremos dejarle a quienes vienen detrás? ¿Qué tipo de ejemplos queremos ser? Como bien dice la coach y comunicadora Ingrid Gómez, todo lo que hacemos y decimos hoy es parte de nuestro legado digital.
La era de las redes sociales no tiene botón de borrado. Todo queda, todo habla de nosotros. Y cuando las luces de los aplausos se apaguen, lo que quedará es la huella que dejamos, para bien o para mal.
Quizás sea hora de retomar el control y recordar que ser auténticos no significa exponernos sin límites, sino saber elegir qué merece ser compartido y qué debe ser protegido. Porque la intimidad no es un espectáculo. Es, todavía, uno de los tesoros más valiosos que tenemos.