#SinFiltros: ¿Qué tan coherentes somos? 

#SinFiltros: ¿Qué tan coherentes somos? 

Dayanara Reyes Pujols

Un buen comunicador se define por su habilidad en el escenario y no menos importante por su autenticidad en la vida cotidiana. Hoy en día, cuando estamos constantemente expuestos en redes sociales y medios, mantener una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es esencial para ganar credibilidad. Sin embargo, ¿cuántos comunicadores logran mantener esa coherencia en su vida pública y privada?

Es común ver a profesionales de la comunicación que, aunque son elocuentes frente a las cámaras, su comportamiento fuera del escenario no refleja el mismo nivel de integridad. Las palabras pueden ser inspiradoras, sí; al tiempo que pierden valor si no se respaldan con acciones. Esta falta de congruencia es notoria, y el público percibe cuando existe una desconexión entre el mensaje y las acciones. Cuando esto sucede, la confianza se pierde y la credibilidad se resiente.

La coherencia, ese equilibrio entre lo que se dice y lo que se hace, no es solo un valor positivo; es un principio ético esencial en la comunicación. Los comunicadores que logran ser coherentes inspiran confianza y construyen una reputación genuina y sólida. Esta reputaciónse basa en una imagen pulida y perfecta y en una conducta real, humana y accesible.

Hoy, la autenticidad se valora tanto como el talento. Las audiencias buscan comunicadores que sepan expresarse y que también vivan de acuerdo a sus palabras. En un mundo donde abundan los discursos superficiales, quienes logran comunicar desde la autenticidad y la integridad destacan y generan mayor conexión.

Construir una imagen pública puede ser complicado. En el intento de agradar o conectar con el público, algunos comunicadores crean personajes que, aunque atractivos, no siempre reflejan su verdadera esencia. Esta estrategia puede ser efectiva a corto plazo. Mantener una fachada resulta agotador y, con el tiempo, el público percibe la falta de autenticidad.

Además, la humildad es un aspecto que no puede faltar en un buen comunicador. No importa el tamaño de su audiencia o su popularidad; su rol no debe llevarle a perder el contacto con quienes le escuchan. La posición de un comunicador debería inspirarle a ser aún más empático y cercano, a entender que su influencia puede ser un puente para inspirar y ayudar a los demás.

Para lograr esta coherencia, la autoevaluación es una práctica indispensable -propia de esta época del año-. Tomarse el tiempo de analizar si el mensaje que se proyecta al público realmente refleja los propios valores ayuda a mantenerse en el camino correcto. Preguntas como «¿La imagen que doy en público es la misma que en privado?» o «¿Estoy siendo fiel a mis principios?» son valiosas para alcanzar este equilibrio.

Es importante recordar que ser coherente no implica ser perfecto. Todos cometemos errores y tenemos momentos de contradicción. La diferencia radica en la capacidad de reconocer estos momentos y corregir el rumbo sin perder la esencia. Un comunicador íntegro acepta críticas, aprende de ellas y muestra humildad en el proceso.

En definitiva, la verdadera comunicación no se limita a las palabras que se dicen en el escenario; también se expresa en las acciones y en el trato hacia los demás. Un comunicador coherente inspira por lo que dice; de la misma manera, que por lo que hace y cómo se comporta cuando nadie lo observa. En un mundo lleno de discursos vacíos, la coherencia es el verdadero valor de una comunicación genuina y poderosa. 

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