Penosas y afortunadamente muy escasas excepciones corresponden a hijos que menosprecian u odian a sus madres, con un minúsculo e insignificante número de madres que no aman a sus vástagos, siendo regla universal que, sin importar cómo son física o moralmente sus hijos, la totalidad de las madres del mundo los aman hasta el más grande de los martirios por y para ellos.

La tradición ha prevalecido y, aunque muchos lo consideran innecesario porque “todos los días deben ser de las madres”, cada último domingo de mayo se dedica a las responsables biológicas de nuestra existencia terrenal para, de alguna manera, recordarles lo que significan para la humanidad.

Esta vez la celebración está marcada por la devastadora presencia de una epidemia y es difícil abstraerse de esa realidad al conmemorar el hermoso día de la madres, tanto las temporalmente ausentes, como las que se han ido para siempre, como la mía, la mejor del mundo, igual que para todos los hijos de la tierra lo fueron o son sus progenitoras.

Todos sabemos que prefijos y sufijos son pedazos de palabras agregados al principio o al final de vocablos para modificar su significado; así el sufijo “emia” significa sangre y epidemia, pandemia y endemia son expresiones de moda por el Covid19 y mi regalo a las madres es una plegaria pública al Gran Arquitecto del Universo para que el prefijo “end”, que traducido del inglés al español significa “fin o final”, con el cual se inicia la palabra endemia (nueva clasificación técnica de la viremia), constituya una revelación o augurio de que la catástrofe comenzó a finalizar y volveremos a la normalidad.