Sinrazón del fanatismo

Sinrazón del fanatismo

Joe Wilson es republicano en su Carolina del Sur. Postulado por su partido, fue electo diputado federal. En virtud de la función electiva que ostenta se encontraba justo hace una semana en el Capitolio de Washington. Algo lo carcomía en su curul en tanto escuchaba la voz del Presidente Barack Obama. Impulsado por el escozor que sentía, sin pensarlo dos veces, gritó: ¡mentira!

Pero Obama estaba preparado para ese estallido de insolencia, descortesía y fanatismo. Por eso, conforme nos contaron las agencias internacionales de noticias, apenas se inmutó. Se dirigió al detractor, casi como si espantase una mosca, y dijo: estoy consciente de que todos nos equivocamos alguna vez. Y continuó su discurso, sin reparar más ni en Wilson ni en la insultante expresión.

Con obtusos opositores al proyecto y claras exposiciones de su objetivo, Obama puede lograr su ley de reforma del sistema de salud y bienestar social. Su planteamiento es simple y lógico: el Estado federado debe ofrecer cobertura de salud a los estadounidenses. Sin embargo, el proyecto en que ello se sostendrá, no existe. Está presente, en cambio, una voluntad presidencial de establecer formas de justicia social y justicia distributiva ausentes en el actual sistema de seguridad social estadounidense. Y esa voluntad torna insensible al mandatario ante las provocaciones distractivas, frente a las sandeces y a los insultos. Por eso ganó la Presidencia.

Wilson, al espetar su agravio al interrumpir a Obama, cree que el Presidente esconde una baraja entre las mangas. ¿Cuál? No estando escrito el proyecto, es imposible leer sus secretos. Al interrumpir el discurso, Wilson olvidó que era congresista. Al actuar como lo hizo se estableció en las filas de los fanáticos irracionales. En el caso hipotético de que Obama estuviera mintiéndoles, no podría ir adelante. Obama no puede imponer su proyecto. Y el proyecto, cuando entre a las Cámaras, estará en manos de Wilson y de los demás congresistas.

Obama no hablaba, por consiguiente, ni verdad ni mentira. El discurso exponía propósitos y buscaba, eso sí, adherentes. Obama fue preciso en este particular.

Si Obama finalmente escribe el proyecto –y él ha pedido que lo escriba una comisión bicameral- podrá decírsele mentiroso en caso de incluir a los ilegales como beneficiarios. Pero él no ha hablado de ilegales sino de estadounidenses que no están incluidos en los programas del sistema de salud. También clama por aquellos estadounidenses de clase media que pagando sus contribuciones, están excluidos o en proceso de exclusión debido a sus costos, de los beneficios del sistema de salud.

El fanatismo no permitió a Wilson escuchar este argumento. Y por ello prefirió presuponer la mentira. Tal conducta restó crédito y valor al decisivo papel de los congresistas en el conocimiento y debate de un proyecto, incluyéndolo a él.  

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