Sintra, un tesoro entre la bruma

Sintra, un tesoro entre la bruma

EFE. Pese a su reducido tamaño, Sintra, la pequeña “vila” ubicada en el noroeste de Lisboa y Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1995, se ha convertido en un destino turístico de primer orden en Portugal, con más de 780.000 visitantes por año.

Como si de un tesoro escondido entre las montañas se tratase, el pequeño municipio de Sintra se encuentra en un valle localizado a 30 kilómetros de la bulliciosa Lisboa, enclavado entre montañas.

Cubierto con frecuencia de una espesa bruma, Sintra acoge un vasto conjunto patrimonial, siempre envuelto en un aura de misterio que también forma parte de su atractivo.

La pequeña “vila” -como se dice en Portugal- es un destino turístico de primer orden con más de 780.000 visitantes por año. A sus castillos, palacios y monasterios suma una oferta gastronómica interesante, con los dulces “travesseiros” de crema como estrella.

Ocupada a lo largo de la historia por romanos, visigodos y árabes, de todos ellos son todavía visibles números vestigios. Esta riqueza cultural le supuso el reconocimiento como Patrimonio Mundial por parte de la UNESCO desde 1995.

La armonía reina en un paraje donde se entremezclan monumentos -de muy diferentes épocas y estilos- y bosque, el verde de sus árboles con el amarillo y rosa chillón de su Palacio de Pena, los pequeños chalets con fortalezas levantadas para alojar a la realeza europea.

Aunque la palabra Sintra quiere decir etimológicamente “astro luminoso”, la sierra en la que está asentada es conocida también como “El Monte de la Luna”. El musgo y el rocío lo impregnan todo en el municipio, que goza de un microclima propio y muy diferente al de la cercana Lisboa.

La garantía de temperaturas agradables, incluso en plena canícula estival, es uno de los motivos que lo convirtieron en una especie de retiro dorado para nobles y reyes, y todavía hoy es motivo de peso para turistas de lujo que lo visitan periódicamente.

Así lo confirma a EFE el personal que trabaja en el Hotel Sete Reais, un palacio que data del siglo XVIII gestionado ahora por la cadena Tívoli. “Recibimos todos los años, desde hace décadas, a una misma familia inglesa que reserva siempre las mismas habitaciones durante dos meses en verano”, cuenta el recepcionista.

El dinero, al parecer, no debe ser un problema pese a que el precio por habitación comienza a partir de los 245 dólares por noche. Alfombras mullidas, butacones de otra época, lámparas de araña, bañeras antiguas y camas altas atestadas de almohadas, denotan un aire clásico y señorial que también comparte Sintra.

Este establecimiento es uno de los más exclusivos de toda la “vila” y destaca por su suntuosidad.

A ello se ha sumado en los últimos años que hasta allí se traslada por unos meses la sede del restaurante “Vila Joia”, con dos estrellas Michelin.

Viaje iniciático. A escasos metros se encuentra la Quinta da Regaleira, el más enigmático monumento de toda la localidad. El terreno en el que se asienta este complejo, que incluye un palacio, una capilla, varios túneles subterráneos y torres de vigilancia, fue adquirido en el siglo XIX por António Augusto Carvalho Monteiro, al quien se conocía como “Monteiro de los Millones” por su fortuna. Ejecutado el proyecto por el arquitecto italiano Luigi Manini, todavía hoy se especula con los motivos esotéricos y cosmológicos que presiden el complejo, coronado por un jardín con varios lagos y grutas que desprende un halo de misterio.

La estrella del complejo es el llamado “pozo iniciático”, que se adentra en las profundidades de la tierra y en él se puede ver una rosa de los vientos sobre una cruz templaria, símbolos que han contribuido a que se especule largamente sobre su posible uso en ritos de iniciación para masones.

Eclecticismo en lo alto de la montaña. Si el visitante llega a Sintra y dirige su mirada hacia arriba, en lo alto de la montaña podrá ver el Palacio de Pena, cuyo estilo ecléctico no deja indiferente a nadie, combinación de exotismo y medievo. Pintado de amarillo y rosa, es un claro exponente del romanticismo portugués del siglo XIX.

Rodeado a su vez de un impresionante bosque de 85 hectáreas, con especies plantadas que proceden de diferentes partes del mundo y una arboleda objeto de estudio, el Palacio fue mandado construir sobre las ruinas de un antiguo monasterio y acabó siendo residencia de verano para la familia real.

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