“Sireno”, una novela kitsch de Chiqui Vicioso

“Sireno”, una novela kitsch de Chiqui Vicioso

Milán Kundera caracteriza en “El arte de la novela” (2000) la estética del kitsch como la actitud de quien desea complacer a cualquier precio a la mayor cantidad de gente posible. Esta actitud parece obsesionar a muchos escritores dominicanos de novelas de las últimas décadas. De ahí que lo que prime en la construcción de la novela sea el tema y más que un tema novedoso aquellos tópicos que remiten a lugares comunes muy conocidos por los lectores. Esto ocurre con la novela “Sireno” (2020) de la poetisa Sherezada Vicioso.

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Con una estructura caótica que pretende ser moderna, las distintas voces que presentan el discurso de los personajes realizan parlamentos que se mezclan y confunden al lector, sin que el interés se encuentre en una finalidad estética, sino en un aparentar transformar la estructura de la novela. Los diálogos que ocupan la mayor parte de la obra son impresiones muy vagas de lo que ocurrió en la Guerra de abril de 1965.

         Al deseo de novedad narrativa se suman los tópicos ya reiterados, como la guerra, el espiritismo, la santería, la brujería, los luases, Yemayá y AnaisaPié, hasta la construcción de dudoso origen filosófico y científico.

         Con estos temas podríamos decir que la obra gana un gran público. Pero los asuntos tratados no hacen una novela, ellos inspiran el interés del lector y permiten desarrollar el ritmo de la obra creativa.  El principal problema de “Sireno” es que no alcanza el nivel de obra de arte. Eso así porque la materia literaria queda trabajada de forma pedestre. No puede levantar el vuelo un lenguaje de una configuración medianera.

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         Lo anterior va unido al nivel de las conversaciones. Toda la obra es un amasijo de diálogos que se suspenden en capítulos que no siguen el desarrollo de la materia narrativa, sino que se fragmentan sin ningún propósito, dejando pequeñas escenas, avanzando poco junto a una acción prácticamente inexistente. Ahora bien, no todo se queda ahí. Salta a la vista que los diálogos están matizados por los prejuicios.

         La mirada externa que pudiera dar un soldado brasileño que participa en la contienda de abril de 1965 sobre lo que vio y vivió durante la guerra civil se concretiza en la expresión de un antiamericanismo llevado al nivel de prejuicios. Así como ocurre con las querellas entre las tropas brasileñas y las estadounidenses. La visión de que los estadounidenses son unos brutos o bárbaros, que inicia una serie de clichés que no dejan de alcanzar a la clase pobre dominicana.

         En esta novela no existe una visión del mundo y de la vida. Sino la exploración prejuiciada. Los dominicanos son vistos desde el prejuicio que tiene como base la prostitución, que se origina en la pobreza de la mujer. Los extranjeros nos ven desde ese estereotipo y la novela lo confirma. Cuando se refiere a un dominican-york, descontextualizado, este es presentado como una caricatura. Un “dominicano raro” que usa al hablar la mitad de las palabras español y la otra mitad en inglés, y quien ha venido a Santo Domingo a acompañar a las tropas norteamericanas.

         El discurso anti-dominicano del exterior llega a plantear que aquellos que se fueron a partir de la década de 1960 tienen una relación folclórica con la dominicanidad. El personaje ayudante de los invasores es entonces la negación de la nación y la divisa duartista de independencia o se hunde la isla. El discurso fuera de contexto también carece de verosimilitud al señalar que había en 1965 casi un millón de dominicanos en Estados Unidos.

         Una breve consulta de “Between TwoIslands -Dominican International Migration” de Sherri Grasmuck y Patricia R. Pessar en University California Press, 1991, nos da la siguiente información: la emigración de los años sesenta fue de 93, 000 y después de la guerra se estandarizó en unos 9, 330 inmigrantes por año. En rigor, la presencia de dominicanos en Estados Unidos no era tan grande como llegó a ser veinte años después en los años ochenta.

         La ausencia de verosimilitud no acaba ahí. Es mayor cuando se busca poner el escenario de la guerra. Pero narrada desde el Hotel Embajador, sin entrar de lleno en la tragedia que se desarrollaba en la zona de combate. El kitsch también aparece cuando de la guerra solo se interesa en la participación de las mujeres, tema que la prensa ha tratado en distintas oportunidades y también la novela. Por lo que se hace un lugar común que busca atraer al lector a un espacio conocido.

         Contrasta el sacrificio de la zona por la soberanía nacional y el discurso que busca encontrar el origen de una familia tradicional. No tiene ya ningún interés la descripción de las familias a cuya cabeza se encontraba un hombre protector, semental que tuvo muchos hijos con distintas mujeres. Lo único que puede cambiar esta materia bruta de la realidad es la magia de un gran narrador. Pero la magia que construye las historias no aparece aquí, aunque la obra se explaye hablando de asuntos mágico-religiosos.

         “Sireno” parece una obra de carácter intelectual cuando lo que se plantea desde el inicio es una novela romántica sentimental, basada en la relación de Marina, de quien sabemos muchos capítulos después que su profesión era la antropología con el soldado Leopoldo. Todo lo anterior se encuentra en un discurso de banalidades, con pizca de asuntos intelectuales. Existe una contradicción entre la novela que se construye y la exposición de asuntos intelectuales porque, aunque Leopoldo Bandeiras, el brasileño, sea un biólogo, su carácter es el de un tipo común. Esto se puede sacar de los diálogos que tiene con su madre y con otros personajes.

         Este pseudo intelectualismo también es de caricatura. Todo el que tiene un nivel medio de conocimiento de los asuntos dominicanos abarcaría lo que allí se plantea. Entonces la obra queda como una caricatura para extranjeros que podrían confirmar sus prejuicios sobre la República Dominicana. Se ha planteado que la novela debe ser una expresión del mundo y de la vida. Nada queda fuera de la novela, pero la estética del kitsch y del mal gusto se afianza en los temas ya reconocidos en los medios de comunicación de masa, sin que lo nuevo surja de la materia narrada, sin que la belleza realice su trabajo y posibilite el encuentro gustoso entre la obra y el lector.

         En fin, el escenario de la Guerra también aparece trastocado. El interés se desplaza desde la superficialidad que origina los diálogos hasta la sexualidad en la zona de combate. Pero esto no es trabajado a través de personajes combatientes, sino mediante la caricatura de la prostitución en el parque Independencia y supuestamente en la “Bolita del mundo», cuando en 1965, la Feria era un espacio muy alejado del público.

         En “Sireno”, como en muchas de las novelas dominicanas que poseen esta estética, encontramos, en síntesis, los lugares comunes, los prejuicios y la mirada desde el hombro de una dominicanidad incomprendida. En verdad muchos de los escritores dominicanos lo que muestran en el fondo de sus discursos es la rabia del pequeño burgués que se lamenta haber nacido donde nació y la desdicha de no residir en otro lugar más pródigo. De ahí que la mirada a lo dominicano dada por ellos o por un extranjero, como en el caso de “Sireno”, posiblemente sea la visión limitada por su propio desarraigo existencial.

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